Pepe Mujica: un
ateo como Dios manda
Cuando el papa
Francisco dio comienzo oficial a su ministerio como obispo de Roma, el 19 de
marzo de 2013, alrededor de 250.000 personas se congregaron en la plaza de San
Pedro. 132 países estuvieron representados en aquella memorable misa,
incluyendo más de una treintena de jefes de Estado. Allí no estaba el
presidente de la República Oriental de Uruguay, José “Pepe” Mujica, quien
después explicó sus motivos: "no quisimos venir porque
entendíamos que era una fiesta de la cristiandad católica y nosotros no somos
creyentes, no somos practicantes. Nos pareció que era mucho mejor que viniera
el señor vicepresidente, que es católico".
Sin embargo, unos
meses después, Pepe Mujica, el presidente que “viene del sur”, visitó a Jorge
Mario Bergoglio, el papa que “vino del fin del mundo”. De ese encuentro, Mujica
comentó que “hablar con el Papa argentino es como hacerlo con un amigo del
barrio”, y sorprendió al reconocer “la importancia que para América representa
la tradición cristiana y fundamentalmente la cristiana católica”. Más aún,
precisó que “a lo largo de muchos años, hemos encontrado sacerdotes en América
Latina que han dedicado su vida a la lucha por la igualdad, la equidad, en un
constante esfuerzo por mitigar el efecto de la diferencia social”.
Sin lugar a
dudas, en este punto, en lo social, Francisco y Mujica son amigos de barrio, de
los que comparten un mate (tradicional infusión de yerba mate, propia del Cono
Sur) sin importar que la yerba sea argentina y que el recipiente en el que se
sirve (también llamado mate) sea uruguayo. Por otra parte, llama la atención
que en sus palabras y sobre todo en sus acciones, ambos coinciden en ciertos hechos
comunes: austeridad, coherencia, capacidad de renuncia a los privilegios que
les otorga su “dignidad”, opción por los más pobres, crítica al modelo de la
civilización actual y, particularmente, al sistema económico.
Bajo el
imperativo sagrado de la vida, Mujica ha denunciado en más de una oportunidad que
vivir mejor no es tener más; que hemos creado una civilización hija del mercado
y de la competencia; que pareciera que hemos nacido solo para consumir y
consumir; que los viejos dioses inmateriales han sido sacrificados para dar
paso al dios mercado; que el verdadero desarrollo humano está a favor y no en
contra de la felicidad humana; que la gran crisis no es ecológica sino
política, porque el hombre no gobierna las fuerzas que ha desatado; que la vigilancia
electrónica no hace otra cosa que generar desconfianza; que la democracia del
planeta está herida…
Sus denuncias
no son abstractas ni etéreas. “¿Qué le pasaría a este planeta si los indios tuvieran
la misma proporción de autos que tienen los alemanes, cuánto oxígeno nos
quedaría para poder respirar?”, preguntó en la cumbre de Río+20. “Si la
humanidad total aspira a vivir como un norteamericano medio, serían necesarios
tres planetas”, acaba de sentenciar ante la ONU.
Pero Pepe
Mujica no sólo denuncia las idolatrías del dios dinero, del dios mercado y del
dios consumo. También anuncia que para vivir hay que tener libertad y para
tener libertad hay que tener tiempo; que la única adición recomendable es la
del amor; que nada se compara frente al valor de compartir la vida con los
amigos y con la familia; que cuando se lucha por el medio ambiente, el primer
elemento del medio ambiente se llama la felicidad humana; que es necesario
formular y poner en marcha políticas colectivas a favor del ser humano; que el
hombre debe gobernarse a sí mismo…
Como si fuera
poco Mujica está decididamente comprometido con la construcción de la paz, y
más concretamente, con la paz de Colombia. Ha dicho que “en América Latina, en
este momento, no existe cosa más sagrada que respaldar el proceso de Colombia
para que pueda encontrar el camino de la paz (…). Nada tiene tanto valor como
la paz, la paz es porvenir”. Él, que ha estado sentado en los dos extremos de
la mesa –antes como guerrillero y ahora como mandatario–, sabe que la guerra es
un sinsentido.
En una
sociedad acostumbrada a los puritanismos y fascinada por los extremos de toda
índole (derechas e izquierdas, buenos y malos, creyentes y no-creyentes), es
más fácil señalar y juzgar al adversario, que dialogar y construir con él. Antes
que presidente, Mujica es un hombre libre y sabio, convencido de que el valor
sagrado de la vida, está por encima de cualquier diferencia ideológica y
religiosa. Tanto así, que ningún “costo político” se equipara al sueño de la
paz de un país, aunque no sea el propio.
Fotos: www.rnw.nl; www.sudamericahoy.com; www.primiciadiario.com; www.vocesdelperiodista.mx
Publicado en: Blog "Confesiones" de El Tiempo http://www.eltiempo.com/blogs/confesiones/2013/09/pepe-mujica-un-ateo-como-dios.php
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