Polisemias contemporáneas de la mística
Aunque
“mística” sea un vocablo que evoca lo medieval, no deja de ser actual y
encierra múltiples acepciones en la vida cotidiana y en la cultura. Hoy parece
inevitable una polisemia en la que se evidencia que una persona puede ser reconocida
por su talante “místico”, y, simultáneamente, un espacio físico puede ser
nominado como “místico”. De igual forma, un momento puede ser “místico”, así
como una obra de arte posibilita una experiencia “mística”.
De
este modo, hay quienes consideran que algunos líderes espirituales como el papa
Francisco, el Dalai Lama, Teresa de
Calcuta u Óscar Romero, encarnan
un talante eminentemente “místico”. Pero también, quienes han conocido las
ruinas de Machu Pichu en Perú, o las impresionantes cataratas de Iguazú en la
triple frontera entre Brasil-Paraguay-Argentina, o el inconmensurable bioma
Pan-Amazónico con sus ecosistemas, ríos y selvas, o las exóticas Islas
Galápagos en Ecuador con sus numerosas especies endémicas; pueden dar testimonio
de que estos lugares convocan a la “mística”.
Como
experiencia, la “mística” adviene cuando se peregrina a un “lugar santo” como Chiquinquirá,
Monserrate o Buga en Colombia, Guadalupe en México, o Lourdes en Francia; o cuando
se comparte la fe en comunidad, en una vigilia de oración, por ejemplo; lo
mismo que cuando se contempla una puesta de sol, como solía hacerlo El Principito de Saint-Exupéry, o incluso en el silencio y la soledad de un retiro
espiritual.
Y
sin embargo, los vitrales de una iglesia, los cuadros de Rembrandt, Guayasamín, Van Gogh, Miró o Renoir; la música
de los clásicos Beethoven, Mozart, Bach, Schubert, Chopin y de otros, más contemporáneos,
como John Lennon, Tom Jobin, Mercedes Sosa…, así como la literatura de Rubem Alves, Pablo Neruda,
Mario Benedetti, Jorge Luis Borges, y la arquitectura de
Oscar Niemeyer, la escultura de Fernando Botero, y las geometrías de Omar Rayo, por mencionar sólo un puñado
de artistas conocidos… también comunican altas dosis de “mística” a través de
sus obras artísticas.
Las
polisemias de la mística permiten entrever que se trata de un asunto que escapa
al dominio exclusivo de la teología, de las ciencias de la religión y de la
fenomenología religiosa. En tiempos de complejidad e interdisciplinariedad, la
mística es susceptible de múltiples aproximaciones de la cultura y, al mismo
tiempo, la mística configura y re-crea la cultura, dotándola de nuevos sentidos
y significados. En palabras de D. Cumer,
“la cultura informa la mística y la mística informa la cultura”.
Así
se percibe en la pintura, la música y la literatura, lo mismo que en la
política, la ecología y la antropología, por ejemplo, donde la mística permea
la cultura. Son pocos los espacios de la cultura que no registran la incidencia
de lo místico. Por su parte, la cultura hace que la mística abandone su estado
de abstracción y se concretice en formas y espacios visibles y experienciales.
Con todo, mística y cultura no parecen seguir una regla específica ni un patrón
exclusivo; tampoco obedecen a una lógica unidireccional. En Occidente, las
herencias espirituales y místicas de Jerusalén-Atenas-Roma y aún de los pueblos
originarios y ancestrales, informan las múltiples y plurales expresiones que
han configurado la cultura hasta nuestros días, impregnándola con sus
lenguajes, sus símbolos, sus mitos, sus técnicas, sus ritos, sus valores, sus
cosmovisiones, e incluso sus instituciones y jerarquías.
Más mística y menos religión
Paradójicamente,
en la medida que asistimos a procesos severos de laicismo y
des-cristianización, en los que la institucionalidad religiosa progresivamente
cede su lugar a la sociedad civil; sin embargo, se manifiesta una creciente
búsqueda frente a lo místico, lo espiritual y lo sagrado. De alguna manera, se
podría decir que el mundo secularizado y posmoderno ha optado por la “mística”
en lugar de la “religión”.
En
este sentido, si se acepta que la laicización de las sociedades modernas ha
cooptado la antigua presencia avasalladora de la religión o, mejor, de las
instituciones religiosas, cabe la pregunta sobre el auge actual de la mística
en contextos culturales, notablemente “prevenidos” ante la cuestión religiosa.
Desde
una mirada antropológica, João Batista Libânio
y Edgard Hengemüle han planteado,
justamente, la emergencia de una “ola espiritualizante” que no representa
alguna tradición religiosa en particular, más bien refleja la necesidad de
compensación ante las carencia existenciales de los individuos, de modo que “lo
sagrado y lo místico pueden llegar a cumplir una función consoladora frente a problemas
inmediatos que las personas no consigue resolver”.
Así,
se constata que el homo mysticus y el
homo culturalis no pueden ser
asumidos como dicotomía operante, ni siquiera ante los imperativos de la
secularización. Mística y cultura son cualidades esenciales y existenciales,
coexisten y se complementan. El desplazamiento de la religión no significa, por
tanto, la muerte de la mística ni de las experiencias sagradas y las
espiritualidades en las que se fundamenta. Por el contrario, cada vez más se
constata que la cultura está atravesada por la mística y, a su vez, la mística es
viable a través de diversas formas culturales. Sin embargo, no todo lo que
constituye la cultura tiene connotaciones místicas y viceversa. ¿Cómo discernir
lo que hay de mística en la cultura?
Belleza, bondad y verdad
Fundamentalmente
se podría decir que la mística atrae. Más concretamente, en el campo de la
cultura, es posible postular que su capacidad de atracción deviene de una
triada de virtudes que ha tenido profunda resonancia en Occidente y que bien
podría asumirse como criterio de discernimiento hermenéutico: la belleza, la
bondad y la verdad. Un lugar, una obra de arte, una experiencia o una persona podrían
ser consideradas bajo el lente de la mística, en la medida que comunican el
misterio de belleza, de bondad y de verdad que las inspira.
Si se acude a la expresión de teólogo alemán Johann-Baptist Metz, quien apela por “una
mística de ojos abiertos”, la cultura puede ayudar a “abrir los ojos” a la
belleza, a la bondad y a la verdad del otro y del Otro, sacando al ser humano
de su ensimismamiento para lanzarlo a la alteridad, es decir, invitándolo a
recorrer caminos nuevos, colmados y abiertos a nuevos misterios. Tal vez esta pueda
ser una clave de lectura para descubrir y discernir la mística desde la
perspectiva de la cultura hoy.
Publicado en Vida Nueva Colombia No. 128
Fotos: