Solidaridad misionera entre el sur de Brasil y Mozambique
“Cuando me
encontraba en tierra africana siempre me cuestioné qué es evangelizar. En estos
años de misión viví la fuerte experiencia de evangelizar con gratuidad, con
medios pobres y con pocas palabras. Estar ahí, visitar, oír, compartir y
celebrar la Eucaristía con un pueblo que permanece más de un año sin misa, todo
esto constituye, propiamente, el contenido de la evangelización con el pueblo
Mackua”. Con estas palabras el sacerdote brasilero Maurício Jardim, párroco de San Vicente Padre de los Pobres, en la
arquidiócesis de Porto Alegre, evoca su experiencia misionera de tres años y medio
en Nampula, al norte de Mozambique.
Como el
padre Jardim, más de 50 misioneros, entre sacerdotes, religiosas/os y laicas/os,
han hecho parte del proyecto “Iglesias Solidarias”, que desde hace 21 años ha favorecido
la presencia misionera de la Iglesia del sur de Brasil en una región de
Mozambique, en el continente africano, que también se encuentra ubicada en el
hemisferio sur del planeta.
Un pueblo abandonado
Monseñor Jaime Pedro Kohl, obispo de Osório y
responsable de la dimensión misionera del Regional Sur 3 de la Conferencia
Nacional de Obispo de Brasil (CNBB) comenta que “a inicio de los años 90
monseñor Francisco Silota, un obispo
mozambiqueño, visitó la región de Rio Grande do Sul. En esa época solicitó que
la Iglesia de Brasil enviara misioneros a Mozambique, a fin de apoyar a su
pueblo que se sentía abandonado. Sensibilizados,
los obispos del Regional Sur 3 entendieron que debían hacer algo ante el
‘llamado de Dios’ que provenía de África y fue así como en julio de 1994 fue
enviado el primer grupo de seis misioneros”.
Con 22
millones de habitantes, aproximadamente, el territorio de Mozambique (800.000
km2) se encuentra dividido en diez provincias, además de Maputo, la
capital. Aunque el portugués es la lengua oficial –y la más hablada en el
país–, también se hablan diversas lenguas nativas. Su historia reciente ha estado
marcada por las guerras que le dieron la independencia de Portugal en 1975 y por
una prolongada guerra civil que concluyó en 1992. El pueblo de Mozambique posee
una elevada tasa de analfabetismo de 40%, una expectativa de vida de 42 años,
17% de la población tiene VIH-SIDA y, en general, las condiciones de pobreza solo
les permite una ración alimenticia diaria.
En la
provincia de Nampula –donde se encuentran los misioneros que participan en el
proyecto “Iglesias Solidarias”– se habla el Makwa y predomina la organización
tribal. Cada tribu tiene un rey a quien se le otorga un papel social y
religioso de carácter vitalicio. El rey aconseja y acompaña los problemas
sociales, tiene un rol determinante en la distribución de la tierra y preside
el culto religioso. La práctica de la poligamia, derivada de la tradición
musulmana, permite que los hombres puedan casarse con varias mujeres, aunque la
primera sea considerada la más importante. Asimismo, la mujer es quien
garantiza la continuidad de la tribu. Con relación a la religión, antes de ser
cristianos o musulmanes, cada pueblo tiene su religión tradicional que se fundamenta
en el culto a los antepasados.
En este
contexto los misioneros “encarnan” su labor evangelizadora, para la cual se
preparan, antes de viajar, a través de un curso de un mes promovido por el
Centro Misionero de Brasil para los candidatos a la misión Ad Gentes. Aunque el curso proporciona herramientas muy útiles para
la acción pastoral, Jardim considera que “la paciencia ayuda a entrar en la
cultura del otro. En mi caso, aunque me encontraba a 12.000 km de mi país, al
inicio pensaba, sentía y reaccionaba como brasilero del sur de Brasil. Con el
tiempo, los misioneros y los líderes locales me ayudaron a entender y vivir la
dinámica de aquella Iglesia pobre y, simultáneamente, rica en ministerios”.
En Nampula,
los misioneros brasileros acompañan dos parroquias compuestas por 146
comunidades ministeriales (ver recuadro abajo). Además de esto, el proyecto misionero
atiende diferentes campos sociales en el área de la salud, la educación, los
derechos humanos, la promoción de la mujer –respetando las particularidades de
la cultura local–, y el fortalecimiento de la comunión y la fraternidad,
valores que son propios del espíritu del cristianismo.
Villa de Moma
En la villa
de Moma, por ejemplo, la presencia solidaria de la Iglesia brasilera ha posibilitado
el desarrollo de algunos proyectos con un positivo impacto en las condiciones
de vida de la población. La Biblioteca Watana es un espacio de acogida y de
estudio para los niños y los jóvenes de la villa, dispuesto con materiales
bibliográficos y ambientes para la realización de actividades de refuerzo
escolar. La fotocopiadora Ophavela Owária también beneficia a la comunidad
escolar, mediante servicios de fotocopiado y digitalización a precios
accesibles y con alto nivel de calidad.
De igual
forma, el proyecto de Medicina Natural es una iniciativa que apoya el trabajo
del hospital de la villa, colaborando en el tratamiento de algunas enfermedades
sencillas a través de medicamentos naturales, como jarabes y pomadas para la
piel, la columna y el estreñimiento. El programa de acompañamiento nutricional
Ana Akumi combate la malnutrición y la anemia de los niños, favoreciendo su
crecimiento saludable a través de un compuesto alimenticio denominado Multimistura, cuyas propiedades
nutritivas y medicinales se derivan de la Moringa, una planta que abunda en la
región. Más recientemente, con la participación de la población y bajo la
orientación de los misioneros, se han construido más de 60 pozos en comunidades
que carecen de agua potable.
Ante las
dimensiones del proyecto “Iglesias solidarias”, el padre Atílyo Zatycko, de 55 años, antes de partir hacia Mozambique para
reforzar el equipo misionero, en febrero de 2015, expresó su deseo de ponerse
en actitud discipular, abierto a aprender y a colaborar en todas las
dimensiones que hacen parte de la misión: “mi referente es Jesús, por él me siento llamado y enviado a la misión, mi único
deseo es servir, sin embargo, con humildad y sencillez reconozco que es mucho
más lo que podré recibir que lo que podré ofrecer”.
La vida del
misionero en Nampula es muy dinámica. A su llegada toma algún tiempo adaptarse
a las costumbres, a los ritmos y al aprendizaje de la lengua nativa de la
cultura Mackua. La mayor parte del tiempo comparte con las comunidades. Entre
semana se dedica a la formación para los ministerios y al acompañamiento de los
trabajos sociales. El fin de semana se desplaza a alguna comunidad para
acompañarla y celebrar los sacramentos. Además de esto, se realizan las
actividades del día a día: cocinar, limpiar la casa, lavar la ropa…
“Dando lo
mejor de nosotros, desde nuestra pobreza, todos ganamos”, apunta el padre
Jardim y explica que “nuestra Iglesia de Brasil se ha vuelto más misionera. La
Iglesia de Mozambique también nos enseña mucho y recibe nuestro apoyo, sobre
todo en el servicio de la animación vocacional”. En la villa de Moma, donde se
encuentra la sede del proyecto, existe un “hogar vocacional” que acoge a más de
quince jóvenes que se preparan para entrar al seminario de la diócesis de
Nampula.
Con el tiempo,
y en la medida que vayan surgiendo vocaciones locales, es posible que “Iglesias
Solidarias” apoye otras iglesias locales. Por lo pronto, los feligreses de las
18 diócesis del Regional Sur 3 de Brasil se preparan para participar en la
colecta anual que se realiza el día de Pentecostés para sostener esta
importante acción misionera que comunica al sur de América Latina con el sur de
África.
Iglesia ministerial
La “Iglesia ministerial” es una opción de la Conferencia Episcopal de Mozambique que corresponde también con la escasez de sacerdotes para atender a tantas comunidades geográficamente distantes. De ahí que los laicos sean quienes asuman varios servicios o ministerios eclesiales como la catequesis, la liturgia, la salud, la educación, la ayuda fraterna, las vocaciones, los jóvenes, la familia, la justicia y la paz, y el apoyo a las mujeres. Normalmente quien preside la comunidad y anima el ministerio de la Palabra es un anciano. Los misioneros, por su parte, colaboran en la formación para los ministerios laicales y acompañan la celebración de los sacramentos en las comunidades.
Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 122
Fotos: Maurício Jardim