ECOLOGÍA EN DIÁLOGO CON LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Por los días en que se promulgó la creación de la
Red Eclesial Panamazónica (REPAM) en Brasilia, a mediados del mes de septiembre
del año pasado, lo que sin duda alguna constituyó un hito en las iniciativas
inter-institucionales de la Iglesia latinoamericana en materia ecológica, y a
favor de la justicia y de la defensa de la creación en el bioma panamazónico;
también en Brasil, en Rio de Janeiro, científicos y académicos de diferentes
regiones del mundo debatían sobre la progresiva y cada vez más acelerada
degradación de la vida, como consecuencia del cambio climático.
El coloquio, concebido bajo el sugestivo título de Los mil nombres de Gaia, del Antropoceno a
la Edad de la Tierra, fue convocado por el filósofo, sociólogo y
antropólogo francés Bruno Latour, por
el antropólogo y etnólogo brasilero Eduardo
Viveiros de Castro y por la filósofa brasilera Déborah Danowsky.
El antropoceno
El antropoceno fue, justamente, uno de los
conceptos discutidos por los pensadores, refiriéndose al momento en el que el
ser humano deja de ser agente biológico, para convertirse en una fuerza
geológica con capacidad de alterar el ecosistema, comprometiendo su propia
supervivencia y la de los demás seres vivos.
Posteriormente, en entrevista con Eliane Brum para El País, Danowsky expuso que “los indígenas y los pequeños
agricultores, están percibiendo en el contacto con las plantas, con los
animales, que algo está pasando. Tienen una percepción mucho más aguda que
nosotros”. Viveiros de Castro profundizó en el asunto explicando que “en el calendario agrícola de una tribu indígena
sabes que es la hora de plantar porque hay varias señales de la naturaleza. Por
ejemplo, el río llegó hasta tal nivel, el pajarito tal comenzó a cantar, el
árbol tal comenzó a dar flor. Y la hormiga tal comenzó a hacer no-sé-qué. Ahora
esas señales están desincronizadas (sic). El río está llegando a un nivel antes
de que el pajarito comience a cantar. El pajarito está cantando mucho antes de
que aquel árbol dé flor. Es como si la naturaleza se hubiese salido del eje. Y
eso lo dicen todos”.
El
científico brasilero también pontificó con severidad que “las especies se están
extinguiendo y la humanidad parece que continúa andando hacia el abismo (…). Mientras
los sujetos tengan cuerpo de carne y hueso, nadie está realmente libre, por más
rico que sea, de lo que va a suceder. Pero es evidente que quienes primero van
a zozobrar serán los pobres, los perjudicados de la Tierra, los condenados de
la Tierra”, entre los cuales se encuentran los Pueblos Originarios, los campesinos
y las poblaciones ribereñas.
Algunos teólogos
latinoamericanos, como Leonardo Boff,
no han sido ajenos a los debates en torno al antropoceno: “la presente crisis
desnuda la engañosa comprensión dominante de la historia, de la naturaleza y de
la Tierra. Ella colocaba al ser humano por fuera y por encima de la naturaleza,
con la excepcional misión de dominarla. Perdimos la noción de los Pueblos
Originarios de que pertenecemos a la naturaleza”. Boff, quien ha escrito varios
libros sobre la cuestión ecológica en perspectiva teológica, propone
implícitamente algunas pistas para una nueva hermenéutica del relato
creacionista del libro del Génesis, cuando plantea que “hoy somos parte del
sistema solar, de nuestra galaxia que, a la vez, es parte del Universo (…).
Nosotros, como humanos, representamos la parte consciente e inteligente de la
Vía Láctea y de la propia Tierra, con la misión, no de dominarla, sino de
cuidar de ella para mantener las condiciones ecológicas que nos permitan llevar
adelante nuestra vida y la de la civilización”.
De diversas
formas, la crisis ecológica actual ha puesto en evidencia la necesidad de
repensar las formas tradicionales de concebir y vivir la religión en términos
de “re-ligación” entre el ser humano y el Misterio último. Así lo afirma el
teólogo boliviano Roberto Tomichá:
“vivimos un tiempo más de ruptura que de continuidad, donde los principios
epistemológicos tradicionales del mismo conocer (paradigmas) no responden más a
la realidad del hombre y la mujer de hoy. En ese contexto emerge un nuevo modo
de pensar, sentir, valorar, conocer, funcionar… que pone en crisis un cierto
cristianismo e inspira la gestión de nuevas auto-comprensiones,
auto-conciencias y vivencias”. Los Pueblos Originarios, con sus sabidurías
ancestrales y sus epistemologías del “Buen Vivir” (Sumak Kawsay), también son sensibles al actual “giro antropológico”
o “nuevo tiempo axial”, como algunos han denominado. Desde su inédita –y poco
conocida– experiencia de la Revelación de Dios, permeada de ritos, mitos y
símbolos, ofrecen importantes alternativas ante la amenaza del antropoceno.
Redescubrir sentidos
En América
Latina la Teología India ha liderado, en el transcurso de los últimos años, significativos
procesos de diálogo con los Pueblos Originarios, a partir del reconocimiento de
sus lenguajes, más simbólicos que conceptuales y desde sus propias comprensiones
del cosmos, que confluyen en auténticos horizontes de sentido frente a la
dignidad de la persona humana, la vida en comunidad, el servicio a los demás, la
economía sustentable, las celebraciones que marcan los ciclos de la vida, las
tensiones entre el bien y el mal, los vínculos con la divinidad y, en últimas,
el sueño de “una tierra para todos, sin males, y de una vida plena”.
Evidentemente,
estas dialécticas representan un significativo aporte para la reflexión
ecoteológica de la Iglesia latinoamericana, aunque muchas veces se ha querido
reducir la Teología India a una sabiduría indígena –sin “estatus” teológico–,
máxime cuando se abordan algunos tratados fundamentales como la Revelación. Sin
embargo, según el teólogo brasilero Paulo
Suess, “el concepto de revelación no es propiedad de ninguna denominación
religiosa, sino que todas las denominaciones pueden definir ese concepto según
su historia, su contexto y sus discernimientos”.
Más aún, el
aporte de los Pueblos Originarios a la reflexión ecoteológica se deriva de su
propia riqueza cultural, como lo ha propuesto el papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “el mensaje revelado
no se identifica con ninguna cultura y tiene un contenido transcultural (…). El
mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la
Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual
podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador (…). Una sola
cultura no agota el misterio de la redención de Cristo” (EG, nn. 117 y 118).
Cuidar, no dominar
Por otra
parte, desde el punto de vista pastoral, el paradigma del cuidado y la defensa
de la creación se opone a las lógicas de dominación y explotación de los
recursos naturales y de las poblaciones ancestrales, en sintonía con las
denuncias que hicieron los obispos latinoamericanos en Aparecida: “en las
decisiones sobre las riquezas de la biodiversidad y de la naturaleza, las
poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas. La naturaleza ha
sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada. Las aguas están
siendo tratadas como si fueran una mercancía negociable por las empresas,
además de haber sido transformadas en un bien disputado por las grandes
potencias. Un ejemplo muy importante de esta situación es la Amazonía” (DA, n.
84).
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En vísperas
de la publicación de la primera Encíclica ecológica de la era Bergoglio, el aporte de los Pueblos
Originarios a una nueva cultura ecológica del cuidado y de la defensa de la
creación, desde sus cosmologías y teologías, podría representar un paso
importante en la consolidación de acciones pastorales inculturadas que se
opongan al “síndrome del antropoceno”.
Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 121
Fotos: http://patriagrande.org.ar; http://redvalparaiso.com; http://www.ihu.unisinos.br; http://jpicfranciscanas.blogspot.com
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