“La Iglesia tiene que abrir caminos y espacios a la
mujer si desea tener futuro”
Entrevista a Maria Clara Lucchetti
Bingemer, Teóloga
brasileña
Antes de estudiar teología, la
brasileña Maria Clara Lucchetti Bingemer
se había graduado en comunicación social (1975) y ya era madre –con tres hijos–.
Su título de teóloga lo obtuvo en 1982. Posteriormente, en 1985, la Pontificia
Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-Río) le otorgó el título de
magíster en teología, y cuatro años más tarde se graduó como doctora en
teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Su tesis doctoral la desarrolló
sobre la mística trinitaria y la praxis cristiana en san Ignacio de Loyola.
Siempre ha combinado sus
labores de docencia, orientación de tesis, pesquisas y organización de eventos
y coloquios –sobre temas teológicos en diálogo con la sociedad y la cultura
secular y plural– con su vida familiar. “Hoy soy abuela de cinco nietos que son
mi alegría”, comenta con entusiasmo.
Actualmente, Maria Clara es
profesora titular del departamento de teología de la PUC-Río y coordina la
cátedra Carlo Maria Martini en la
misma universidad. En su producción académica se revela su pasión por la
mística y la literatura: “he investigado mucho sobre la filósofa y mística
francesa Simone Weil, y últimamente
me he interesado por el vínculo entre mística y literatura”, dice. De hecho, recientemente
fue elegida presidenta de la Asociación Latinoamericana de Literatura y
Teología. También hace parte del consejo editorial de la revista internacional
de teología Concilium que se publica
en seis idiomas.
Contactada por Vida Nueva, la teóloga brasileña comparte
algunos puntos de vista sobre la participación de la mujer en la Iglesia y los
actuales debates en torno a la reivindicación de su protagonismo y liderazgo,
también en el campo de los estudios teológicos.
¿Por
qué feminismo e ideología de género son temas polémicos al interior de la
Iglesia católica?
Creo que hay diferentes
posturas con relación al feminismo y a la ideología de género. La cuestión del
feminismo habla del respeto al empoderamiento de la mujer, que reivindica un
lugar de igualdad con relación al hombre, y se rebela contra la sumisión en la
que ha permanecido a lo largo de muchos siglos en la sociedad y también en la
Iglesia. El feminismo busca denunciar ciertas posturas eclesiales que considera
ideológicas, tales como la imagen de María como ideal de la mujer –no la María
bíblica, sino la María fruto de la ideología machista–, una concepción
patriarcal de la sociedad y de la organización de la Iglesia, etc. La ideología
de género, tal como la Iglesia la entiende, es parte de una teoría que afirma
que el género no corresponde a la genitalidad biológica, y sí es una
construcción cultural. De este modo, comportamientos que la cultura dice que
corresponden al hombre o a la mujer, no son definidos genéticamente, pero sí
son producidos culturalmente.
Por otra parte, creo que
combatir esas corrientes no es la postura más fecunda que la Iglesia pueda
tomar. No es necesario estar de acuerdo con ellas, pero no se puede
anatemizarlas. Se debe dialogar con ellas, ya que el mundo es plural y de esa
pluralidad vendrá la luz, querámoslo o no. Reprimir esas manifestaciones solo
distancia a la Iglesia de los sectores con los cuales ella podría mantener un
diálogo fecundo y serio. Eso, a mi modo de ver, orientaría mucho más a los
fieles, que viven en un mundo secularizado y aprecian la democracia y la
libertad.
¿Desde
qué criterios podría enfocarse el actual debate sobre la reivindicación del
protagonismo de la mujer en la Iglesia?
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Ponencia de Maria Clara Bingemer en el Congreso de SOTER |
Creo que en la Iglesia nunca ha
dado mucho resultado el enfrentamiento polémico y conflictivo. Considero que la
discusión seria y la creación de hechos concretos ayuda mucho más. Por ejemplo,
ocupar los espacios que se ofrecen y hacerlo con competencia es algo que ayuda.
Eso hemos hecho las mujeres teólogas, con un resultado bastante positivo.
Estudiar y obtener títulos académicos para poder discutir teología de igual a
igual también aporta. Frente a una argumentación seria es muy difícil sostener
posiciones rígidas que ya están superadas. Por lo menos esas posiciones quedan
claramente desenmascaradas.
Asimismo, superar toda
discriminación también es importante. Una cosa es tomar posiciones
contra-culturales por convicciones profundas. Eso lo hace la Iglesia y a mi
manera de ver tiene que continuar haciéndolo. Pero ante una actitud
discriminatoria interna no se asumen posiciones. O por lo menos ellas no son
sustentables ni a corto, ni a mediano, ni a largo plazo. Entre estas, la
discriminación al cuerpo de la mujer me parece una de las más serias. He
escrito algunos artículos al respecto.
Con
respecto a la reforma de la Iglesia promovida por el papa Francisco, ¿qué
asuntos no pueden dejarse de lado para que realmente se dé paso a un “nuevo
tiempo” de la mujer en la Iglesia?
Creo que el acceso al
conocimiento y a la docencia e investigación teológica es uno de ellos. También
la participación en la toma de decisiones y el acceso a puestos de coordinación
y dirección en la Iglesia. De igual forma, la cuestión de los ministerios debe
ser cada vez más abierta, buscando siempre el consenso eclesial.
Todo esto ya acontece, en
efecto, toda vez que las mujeres están obteniendo grados académicos en
teología, ocupan puestos de coordinación en las comunidades eclesiales y vienen
demostrando un auténtico genio creativo e imaginativo para que la Iglesia se
torne más atrayente y viva. Yo misma escuché decir a un obispo: “si las mujeres
se fueran, ¿cómo vamos a quedar?”. Entonces, es necesario tratarlas bien para
que no se vayan.
Con relación a las religiosas
creo que merecen una mención especial, dado que son una fuerza en la Iglesia y
ahora tienen menos vocaciones, en buena parte por la manera como son tratadas
por los hombres, sobre todo por los padres. Creo que es tiempo de valorar a la
mujer consagrada que da su vida por el Evangelio y debe ser tratada como adulta
en la fe y no como menor de edad incapaz, a fin de reconocer, con justicia, su
talla. Las religiosas deben acceder a los mismos estudios que los religiosos
hombres y deben ser apoyadas por sus congregaciones para desarrollar al máximo sus
capacidades. Ellas tienen una entrega y una generosidad sin par y, por lo tanto,
merecen ser valoradas.
En
torno al diaconado de las mujeres, ¿qué argumentos deberían considerarse para avanzar
en el estudio de este asunto, propuesto por el propio papa Francisco?
Si la Iglesia primitiva es
normativa para la Iglesia universal, y si en el texto neotestamentario figuran
las diaconisas, creo que por ahí ya está el argumento definitivo. Si era para
realizar el bautismo de las mujeres o no, no importa. Hay un antecedente y una
“jurisprudencia” bíblica que me parece esencial.
En segundo lugar, si lo que
caracteriza el diaconado, en su propia etimología, es el servicio, ¿quién se
equipara a la mujer en el servicio?, ¿quién mejor que la mujer para servir a
los demás? Y esto acontece desde los tiempos de Jesús: discípulos eran los que lo seguían y servían, y entre ellos
habían varias mujeres, como se expresa en el Evangelio de Lucas, en el capítulo 8. El padre Laurentin, gran teólogo y fuera de sospecha de progresismo no discreto,
escribió mucho sobre esto, afirmando que la mayor revolución que Jesús realizó
fue la referida a la liberación de las mujeres, y que infelizmente esa
revolución después fue sofocada por la Iglesia en la historia.
De este modo, servir a Jesús y
servir a la Iglesia también es carisma y misión de las mujeres. Creo que esos locus bíblicos deberían desarrollarse
exhaustivamente. También lo que ya acontece de hecho en las comunidades, con
las mujeres asumiendo servicios y siendo acogidas y valoradas por el pueblo,
que considera sus celebraciones como verdaderas celebraciones y reconoce su
liderazgo.
Otro
de los temas en los que el Papa ha insistido es la “conversión pastoral”.
¿Cuáles son las implicaciones de esta conversión con miras a abrir caminos y espacios
para el protagonismo de la mujer en la Iglesia?
Es una conversión urgente para
que se pueda hablar de verdadera conversión pastoral. Mientras que la Iglesia
sea y se comporte como una institución que discrimina a la mitad de la
humanidad y a la mayoría de sus fieles –porque las mujeres son mayoría en el
tejido eclesial– ¿cómo se puede hablar de conversión pastoral? ¿Qué eficacia
simbólica y concreta tendrá una conversión pastoral que no incluya e integre a
la mayoría de fieles, que únicamente desean seguir y servir a Jesús y proclamar
su Evangelio y construir su Reino? En un mundo cada vez más igualitario, ¿cómo
puede tener credibilidad una Iglesia que sigue discriminando y aislando a la
mujer? La Iglesia tiene que abrir caminos y espacios a la mujer si desea tener
futuro, esa es la cuestión.
¿Qué
puede ofrecer América Latina, desde su itinerario post-conciliar, para aportar
a la reflexión sobre el papel de la mujer en la Iglesia?
El feminismo latinoamericano
nació en el ámbito de la teología de la liberación, como una revolución dentro
de la revolución. Allí las mujeres encontraron opción y voz y comenzaron a ser
valoradas sus reflexiones y escritos. Muchas mujeres se formaron no solo en la
academia teológica sino en las Comunidades Eclesiales de Base de América Latina
en los años dorados de la teología de la liberación. Hoy hay muchas mujeres
teólogas en el continente, inclusive con proyección internacional. Sin embargo
aún hace falta sentir su presencia más palpablemente en los puestos de decisión
y en las facultades de teología oficiales. Hay asociaciones de teólogas que
vienen desarrollando un trabajo muy bueno, como Teologanda en Argentina, y la
Cátedra Feminista Latinoamericana de la universidad Iberoamericana en México.
Una
última pregunta, ¿recuerda alguna experiencia particular, que podría ser
“paradigmática” para comprender el protagonismo de la mujer en estos tiempos?
Difícil pregunta. Sin embargo,
me parece que la mejor respuesta es la conciencia que se va imponiendo y que
tiene algunas señales concretas: el uso de un lenguaje inclusivo, la
preocupación con el balance de género al escoger cargos de jefatura y
liderazgo, la presencia de las mujeres –aún minoritaria– en las facultades de
teología –no así en los seminarios–.
La PUC de Río, donde trabajo,
por ejemplo, es iluminadora en este sentido. Cuando los jesuitas se mudaron
para Belo Horizonte, el cuerpo docente quedó muy debilitado. Entonces, el
director convidó a varios laicos recién formados, entre ellos varias mujeres,
para dar clases. Poco a poco estas mujeres se fueron afirmando como profesoras,
orientadoras e investigadoras, ocupando inclusive puestos académicos de
importancia en la misma universidad. Yo, por ejemplo, fui decana del centro de
teología y ciencias humanas de la universidad. Otras colegas han sido miembros
del consejo del departamento de teología y también han ocupado otros puestos
relevantes. Siempre hemos tenido muchas orientaciones de tesis y disertaciones,
y siempre hemos sido muy bien evaluadas por los alumnos. Me parece que eso es
lo que he llamado –al inicio de esta entrevista– ocupar espacios vacíos con
competencia.
Concluyo diciendo que si la
Iglesia quiere ser “perita” en humanidad, según se afirma en la Gaudium et spes, es preciso reconocer
que la humanidad está compuesta de hombres y mujeres. Por lo tanto, no es
posible dejar a la mitad de la humanidad por fuera de su “pericia”.
@OscarElizaldeP
Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 151