EL REINO DE DIOS EN LA PLAYA
La
playa de Copacabana, al sureste de Río, que en innumerables oportunidades ha
sido punto de encuentro de celebraciones y celebridades, con espectáculos y
postales que dicen mucho de la cidade
maravilhosa, es por estos días uno de los lugares referenciales de la Jornada
Mundial de Juventud (JMJ) –tal vez el segundo en importancia después de Campus Fidei, donde tendrá lugar la
vigilia y la misa de clausura–. Allí se celebró ayer la eucaristía de apertura
de la JMJ, y será el escenario en el que el Papa será acogido mañana. También
allí acontecerá el Vía Crucis de la JMJ, el próximo viernes.
Con
sinceridad puedo decir que la elección de Copacabana como escenario de la JMJ
es ¡de todo mi gusto! Son más de 3 kilómetros que merecen la pena recorrerse a
pie, en bicicleta, trotando, o en patines… como dicen aquí “fique à vontade” (siéntase cómodo).
El
fin de semana anterior a la llegada del Papa, vi llegar familias enteras
–algunas con una que otra “silla portátil” al hombro–, dispuestas a disfrutar
de un día de playa, antes de que bajara la temperatura y llegaran los días de
lluvia. Extrañados unos, animados otros, intercambiaban con los jóvenes de la
JMJ que también arribaban con sus mochilas y banderas. ¡Qué interesante
integración!, pensé.
Sin
prejuicios y con fluidez, vi cómo la playa se fue tornando en un espacio común donde
nadie es excluido: sin fronteras, sin razas, y todos “en la libertad de los
hijos de Dios”. Es la magia que tiene la playa. Los jóvenes peregrinos, por su
parte, saben cómo potenciar esta amigable cualidad. Les bastaba con reconocer “una
bandera amiga” para entablar una conversación y al rato ya estaban tomándose
fotos.
También
Copacabana es pluralidad y diversidad. Hay quienes caminan, toman el sol, se
bañan, leen, duermen, juegan voleibol o fútbol de playa, cantan, comen, toman
cerveza o caipirinha, venden
recuerdos, ofrecen masajes… Incluso también hay quienes “hacen arte” con arena
–para deleite de los transeúntes– y que en
esta temporada han preparado una informal exposición de esculturas de arena con
motivo de la JMJ.
La
fraternidad y la pluralidad que abraza la playa de Copacabana me lleva a pensar
que hasta podría ser una nueva parábola del Reino. “El Reino de Dios se parece
a… una playa”. Allí, somos felices, el tiempo es relativo, el clima siempre es
el mejor, no se sabe quién es rico ni quién es pobre –y menos en vestido de baño–,
todos somos hermanos porque estamos en igualdad de derechos para disfrutar la
inmensidad del mar y las toneladas de arena que lo contienen. La playa es todo
un misterio, como lo fue para san Agustín
cuando, según cuentan, un niño a la orilla del mar le explicó que intentaba
meter el mar en un hoyo.
Una JMJ en la playa es un
buen signo. Las pantallas, las luces y el sonido están listos para que
Francisco llegue y complete la parábola. Amanecerá y lo veremos mañana.
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