viernes, 29 de mayo de 2015

Iglesias hermanas en el hemisferio sur

Solidaridad misionera entre el sur de Brasil y Mozambique


“Cuando me encontraba en tierra africana siempre me cuestioné qué es evangelizar. En estos años de misión viví la fuerte experiencia de evangelizar con gratuidad, con medios pobres y con pocas palabras. Estar ahí, visitar, oír, compartir y celebrar la Eucaristía con un pueblo que permanece más de un año sin misa, todo esto constituye, propiamente, el contenido de la evangelización con el pueblo Mackua”. Con estas palabras el sacerdote brasilero Maurício Jardim, párroco de San Vicente Padre de los Pobres, en la arquidiócesis de Porto Alegre, evoca su experiencia misionera de tres años y medio en Nampula, al norte de Mozambique.

Como el padre Jardim, más de 50 misioneros, entre sacerdotes, religiosas/os y laicas/os, han hecho parte del proyecto “Iglesias Solidarias”, que desde hace 21 años ha favorecido la presencia misionera de la Iglesia del sur de Brasil en una región de Mozambique, en el continente africano, que también se encuentra ubicada en el hemisferio sur del planeta.

Un pueblo abandonado

Monseñor Jaime Pedro Kohl, obispo de Osório y responsable de la dimensión misionera del Regional Sur 3 de la Conferencia Nacional de Obispo de Brasil (CNBB) comenta que “a inicio de los años 90 monseñor Francisco Silota, un obispo mozambiqueño, visitó la región de Rio Grande do Sul. En esa época solicitó que la Iglesia de Brasil enviara misioneros a Mozambique, a fin de apoyar a su pueblo que se sentía abandonado.  Sensibilizados, los obispos del Regional Sur 3 entendieron que debían hacer algo ante el ‘llamado de Dios’ que provenía de África y fue así como en julio de 1994 fue enviado el primer grupo de seis misioneros”.

Con 22 millones de habitantes, aproximadamente, el territorio de Mozambique (800.000 km2) se encuentra dividido en diez provincias, además de Maputo, la capital. Aunque el portugués es la lengua oficial –y la más hablada en el país–, también se hablan diversas lenguas nativas. Su historia reciente ha estado marcada por las guerras que le dieron la independencia de Portugal en 1975 y por una prolongada guerra civil que concluyó en 1992. El pueblo de Mozambique posee una elevada tasa de analfabetismo de 40%, una expectativa de vida de 42 años, 17% de la población tiene VIH-SIDA y, en general, las condiciones de pobreza solo les permite una ración alimenticia diaria.

En la provincia de Nampula –donde se encuentran los misioneros que participan en el proyecto “Iglesias Solidarias”– se habla el Makwa y predomina la organización tribal. Cada tribu tiene un rey a quien se le otorga un papel social y religioso de carácter vitalicio. El rey aconseja y acompaña los problemas sociales, tiene un rol determinante en la distribución de la tierra y preside el culto religioso. La práctica de la poligamia, derivada de la tradición musulmana, permite que los hombres puedan casarse con varias mujeres, aunque la primera sea considerada la más importante. Asimismo, la mujer es quien garantiza la continuidad de la tribu. Con relación a la religión, antes de ser cristianos o musulmanes, cada pueblo tiene su religión tradicional que se fundamenta en el culto a los antepasados.

En este contexto los misioneros “encarnan” su labor evangelizadora, para la cual se preparan, antes de viajar, a través de un curso de un mes promovido por el Centro Misionero de Brasil para los candidatos a la misión Ad Gentes. Aunque el curso proporciona herramientas muy útiles para la acción pastoral, Jardim considera que “la paciencia ayuda a entrar en la cultura del otro. En mi caso, aunque me encontraba a 12.000 km de mi país, al inicio pensaba, sentía y reaccionaba como brasilero del sur de Brasil. Con el tiempo, los misioneros y los líderes locales me ayudaron a entender y vivir la dinámica de aquella Iglesia pobre y, simultáneamente, rica en ministerios”.

En Nampula, los misioneros brasileros acompañan dos parroquias compuestas por 146 comunidades ministeriales (ver recuadro abajo). Además de esto, el proyecto misionero atiende diferentes campos sociales en el área de la salud, la educación, los derechos humanos, la promoción de la mujer –respetando las particularidades de la cultura local–, y el fortalecimiento de la comunión y la fraternidad, valores que son propios del espíritu del cristianismo.

Villa de Moma

En la villa de Moma, por ejemplo, la presencia solidaria de la Iglesia brasilera ha posibilitado el desarrollo de algunos proyectos con un positivo impacto en las condiciones de vida de la población. La Biblioteca Watana es un espacio de acogida y de estudio para los niños y los jóvenes de la villa, dispuesto con materiales bibliográficos y ambientes para la realización de actividades de refuerzo escolar. La fotocopiadora Ophavela Owária también beneficia a la comunidad escolar, mediante servicios de fotocopiado y digitalización a precios accesibles y con alto nivel de calidad.

De igual forma, el proyecto de Medicina Natural es una iniciativa que apoya el trabajo del hospital de la villa, colaborando en el tratamiento de algunas enfermedades sencillas a través de medicamentos naturales, como jarabes y pomadas para la piel, la columna y el estreñimiento. El programa de acompañamiento nutricional Ana Akumi combate la malnutrición y la anemia de los niños, favoreciendo su crecimiento saludable a través de un compuesto alimenticio denominado Multimistura, cuyas propiedades nutritivas y medicinales se derivan de la Moringa, una planta que abunda en la región. Más recientemente, con la participación de la población y bajo la orientación de los misioneros, se han construido más de 60 pozos en comunidades que carecen de agua potable.

Ante las dimensiones del proyecto “Iglesias solidarias”, el padre Atílyo Zatycko, de 55 años, antes de partir hacia Mozambique para reforzar el equipo misionero, en febrero de 2015, expresó su deseo de ponerse en actitud discipular, abierto a aprender y a colaborar en todas las dimensiones que hacen parte de la misión: “mi referente es Jesús, por él me siento llamado y enviado a la misión, mi único deseo es servir, sin embargo, con humildad y sencillez reconozco que es mucho más lo que podré recibir que lo que podré ofrecer”.

La vida del misionero en Nampula es muy dinámica. A su llegada toma algún tiempo adaptarse a las costumbres, a los ritmos y al aprendizaje de la lengua nativa de la cultura Mackua. La mayor parte del tiempo comparte con las comunidades. Entre semana se dedica a la formación para los ministerios y al acompañamiento de los trabajos sociales. El fin de semana se desplaza a alguna comunidad para acompañarla y celebrar los sacramentos. Además de esto, se realizan las actividades del día a día: cocinar, limpiar la casa, lavar la ropa…

“Dando lo mejor de nosotros, desde nuestra pobreza, todos ganamos”, apunta el padre Jardim y explica que “nuestra Iglesia de Brasil se ha vuelto más misionera. La Iglesia de Mozambique también nos enseña mucho y recibe nuestro apoyo, sobre todo en el servicio de la animación vocacional”. En la villa de Moma, donde se encuentra la sede del proyecto, existe un “hogar vocacional” que acoge a más de quince jóvenes que se preparan para entrar al seminario de la diócesis de Nampula.

Con el tiempo, y en la medida que vayan surgiendo vocaciones locales, es posible que “Iglesias Solidarias” apoye otras iglesias locales. Por lo pronto, los feligreses de las 18 diócesis del Regional Sur 3 de Brasil se preparan para participar en la colecta anual que se realiza el día de Pentecostés para sostener esta importante acción misionera que comunica al sur de América Latina con el sur de África.


Iglesia ministerial

La “Iglesia ministerial” es una opción de la Conferencia Episcopal de Mozambique que corresponde también con la escasez de sacerdotes para atender a tantas comunidades geográficamente distantes. De ahí que los laicos sean quienes asuman varios servicios o ministerios eclesiales como la catequesis, la liturgia, la salud, la educación, la ayuda fraterna, las vocaciones, los jóvenes, la familia, la justicia y la paz, y el apoyo a las mujeres. Normalmente quien preside la comunidad y anima el ministerio de la Palabra es un anciano. Los misioneros, por su parte, colaboran en la formación para los ministerios laicales y acompañan la celebración de los sacramentos en las comunidades.


Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 122
Fotos: Maurício Jardim 

viernes, 1 de mayo de 2015

Una tierra sin males

ECOLOGÍA EN DIÁLOGO CON LOS PUEBLOS ORIGINARIOS


Por los días en que se promulgó la creación de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) en Brasilia, a mediados del mes de septiembre del año pasado, lo que sin duda alguna constituyó un hito en las iniciativas inter-institucionales de la Iglesia latinoamericana en materia ecológica, y a favor de la justicia y de la defensa de la creación en el bioma panamazónico; también en Brasil, en Rio de Janeiro, científicos y académicos de diferentes regiones del mundo debatían sobre la progresiva y cada vez más acelerada degradación de la vida, como consecuencia del cambio climático.

El coloquio, concebido bajo el sugestivo título de Los mil nombres de Gaia, del Antropoceno a la Edad de la Tierra, fue convocado por el filósofo, sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour, por el antropólogo y etnólogo brasilero Eduardo Viveiros de Castro y por la filósofa brasilera Déborah Danowsky.

El antropoceno

El antropoceno fue, justamente, uno de los conceptos discutidos por los pensadores, refiriéndose al momento en el que el ser humano deja de ser agente biológico, para convertirse en una fuerza geológica con capacidad de alterar el ecosistema, comprometiendo su propia supervivencia y la de los demás seres vivos.

Posteriormente, en entrevista con Eliane Brum para El País, Danowsky expuso que “los indígenas y los pequeños agricultores, están percibiendo en el contacto con las plantas, con los animales, que algo está pasando. Tienen una percepción mucho más aguda que nosotros”. Viveiros de Castro profundizó en el asunto explicando que “en el calendario agrícola de una tribu indígena sabes que es la hora de plantar porque hay varias señales de la naturaleza. Por ejemplo, el río llegó hasta tal nivel, el pajarito tal comenzó a cantar, el árbol tal comenzó a dar flor. Y la hormiga tal comenzó a hacer no-sé-qué. Ahora esas señales están desincronizadas (sic). El río está llegando a un nivel antes de que el pajarito comience a cantar. El pajarito está cantando mucho antes de que aquel árbol dé flor. Es como si la naturaleza se hubiese salido del eje. Y eso lo dicen todos”.

El científico brasilero también pontificó con severidad que “las especies se están extinguiendo y la humanidad parece que continúa andando hacia el abismo (…). Mientras los sujetos tengan cuerpo de carne y hueso, nadie está realmente libre, por más rico que sea, de lo que va a suceder. Pero es evidente que quienes primero van a zozobrar serán los pobres, los perjudicados de la Tierra, los condenados de la Tierra”, entre los cuales se encuentran los Pueblos Originarios, los campesinos y las poblaciones ribereñas.

Algunos teólogos latinoamericanos, como Leonardo Boff, no han sido ajenos a los debates en torno al antropoceno: “la presente crisis desnuda la engañosa comprensión dominante de la historia, de la naturaleza y de la Tierra. Ella colocaba al ser humano por fuera y por encima de la naturaleza, con la excepcional misión de dominarla. Perdimos la noción de los Pueblos Originarios de que pertenecemos a la naturaleza”. Boff, quien ha escrito varios libros sobre la cuestión ecológica en perspectiva teológica, propone implícitamente algunas pistas para una nueva hermenéutica del relato creacionista del libro del Génesis, cuando plantea que “hoy somos parte del sistema solar, de nuestra galaxia que, a la vez, es parte del Universo (…). Nosotros, como humanos, representamos la parte consciente e inteligente de la Vía Láctea y de la propia Tierra, con la misión, no de dominarla, sino de cuidar de ella para mantener las condiciones ecológicas que nos permitan llevar adelante nuestra vida y la de la civilización”.

De diversas formas, la crisis ecológica actual ha puesto en evidencia la necesidad de repensar las formas tradicionales de concebir y vivir la religión en términos de “re-ligación” entre el ser humano y el Misterio último. Así lo afirma el teólogo boliviano Roberto Tomichá: “vivimos un tiempo más de ruptura que de continuidad, donde los principios epistemológicos tradicionales del mismo conocer (paradigmas) no responden más a la realidad del hombre y la mujer de hoy. En ese contexto emerge un nuevo modo de pensar, sentir, valorar, conocer, funcionar… que pone en crisis un cierto cristianismo e inspira la gestión de nuevas auto-comprensiones, auto-conciencias y vivencias”. Los Pueblos Originarios, con sus sabidurías ancestrales y sus epistemologías del “Buen Vivir” (Sumak Kawsay), también son sensibles al actual “giro antropológico” o “nuevo tiempo axial”, como algunos han denominado. Desde su inédita –y poco conocida– experiencia de la Revelación de Dios, permeada de ritos, mitos y símbolos, ofrecen importantes alternativas ante la amenaza del antropoceno.

Redescubrir sentidos

En América Latina la Teología India ha liderado, en el transcurso de los últimos años, significativos procesos de diálogo con los Pueblos Originarios, a partir del reconocimiento de sus lenguajes, más simbólicos que conceptuales y desde sus propias comprensiones del cosmos, que confluyen en auténticos horizontes de sentido frente a la dignidad de la persona humana, la vida en comunidad, el servicio a los demás, la economía sustentable, las celebraciones que marcan los ciclos de la vida, las tensiones entre el bien y el mal, los vínculos con la divinidad y, en últimas, el sueño de “una tierra para todos, sin males, y de una vida plena”.

Evidentemente, estas dialécticas representan un significativo aporte para la reflexión ecoteológica de la Iglesia latinoamericana, aunque muchas veces se ha querido reducir la Teología India a una sabiduría indígena –sin “estatus” teológico–, máxime cuando se abordan algunos tratados fundamentales como la Revelación. Sin embargo, según el teólogo brasilero Paulo Suess, “el concepto de revelación no es propiedad de ninguna denominación religiosa, sino que todas las denominaciones pueden definir ese concepto según su historia, su contexto y sus discernimientos”.

Más aún, el aporte de los Pueblos Originarios a la reflexión ecoteológica se deriva de su propia riqueza cultural, como lo ha propuesto el papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium: “el mensaje revelado no se identifica con ninguna cultura y tiene un contenido transcultural (…). El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador (…). Una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo” (EG, nn. 117 y 118).

Cuidar, no dominar

Por otra parte, desde el punto de vista pastoral, el paradigma del cuidado y la defensa de la creación se opone a las lógicas de dominación y explotación de los recursos naturales y de las poblaciones ancestrales, en sintonía con las denuncias que hicieron los obispos latinoamericanos en Aparecida: “en las decisiones sobre las riquezas de la biodiversidad y de la naturaleza, las poblaciones tradicionales han sido prácticamente excluidas. La naturaleza ha sido y continúa siendo agredida. La tierra fue depredada. Las aguas están siendo tratadas como si fueran una mercancía negociable por las empresas, además de haber sido transformadas en un bien disputado por las grandes potencias. Un ejemplo muy importante de esta situación es la Amazonía” (DA, n. 84).

El mismo papa Francisco, desde el comienzo de su pontificado, ha preconizado el mandato pastoral de la custodia de la creación: “nuestras vocación es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos exige en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos” (19.03.2013).

En vísperas de la publicación de la primera Encíclica ecológica de la era Bergoglio, el aporte de los Pueblos Originarios a una nueva cultura ecológica del cuidado y de la defensa de la creación, desde sus cosmologías y teologías, podría representar un paso importante en la consolidación de acciones pastorales inculturadas que se opongan al “síndrome del antropoceno”.



@OscarElizaldeP

Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 121
Fotos: http://patriagrande.org.ar; http://redvalparaiso.com; http://www.ihu.unisinos.br; http://jpicfranciscanas.blogspot.com