domingo, 28 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (7)

LA JUVENTUD DEL PAPA


“Todos los caminos conducen a Copacabana”. Esa fue la sensación que me produjo la movilización de miles y miles de jóvenes –tres millones, se dice– en la playa de Copacabana y sus alrededores. Eran ríos de gente joven en Río, todo un Mar Fidei al concluir la 28ª Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

A las 9 de la noche de ayer, Paulo Vinicious, un joven brasilero, se dirigía a la estación Cardeal Arcoverde (que evoca el nombre del cardenal Joaquim Arcoverde, segundo arzobispo de Río de Janeiro y primer cardenal de América Latina). Con sus amigos, no esperaron a que terminara la Vigilia por temor a que luego no fuera posible ingresar al Metro para llegar a la casa donde se estaban hospedando. Luego tendrían que madrugar a las 4:30 a.m. para alcanzar a encontrar un sitio en la eucaristía de clausura.

También a las 9 llegaba Alixe Aline, una morena de 19 años del estado de Sao Paulo. Venía en uno de los cinco buses contratados por su parroquia Santa Bernardita. “Nos dejaron en Botafogo, a 7 kilómetros de aquí, y vinimos caminando hasta Copacabana”, me contó con alegría, mientras extendía su saco de dormir en el suelo.

Copacabana no durmió. Aunque la mayoría de jóvenes acamparon, si acaso reposaron una cuantas horas. La vigilia se prolongó entre cánticos y alegres encuentros. Era como si en cada esquina se hubiera plantado un Campus Fidei, acogiendo la voluntad de Francisco: “Ser discípulo misionero significa saber reconocer que somos el Campo de la fe de Dios”.

Bajo un cielo azul y un domingo soleado, “la juventud del Papa” se puso de pie muy temprano, tempranísimo. Los 13 palcos que hicieron parte del Vía Crucis sobre la avenida Atlántico, ahora eran graderías VIP de carnaval, repletas de gente que buscaba el mejor sitio para saludar a Francisco y tomar fotos en la que sería su cuarta y última vez en Copacabana.

Junto a una barda encontré a Paola Suárez, de la provincia de Santa Fe (Argentina). Esta vez, ella y sus 21 compañeros no quería perder la oportunidad de tener a Francisco cerca (el jueves pasado no había podido ingresar a la Catedral, donde se encontró con los argentinos). Me dijo que “hagan lío significa no tener miedo y seguir adelante con Cristo”. Adicionalmente me compartió que “el mayor desafío de ‘la juventud del Papa’ es ir hacia los más necesitados, hacia los pobres, y asumir con ellos su discipulado-misionero”. Los jóvenes abrirán nuevas sendas, estoy seguro, y Francisco lo sabe: “La Iglesia necesita del entusiasmo, la creatividad y la alegría que los caracteriza”.




Y creo que no sólo ellos son la juventud del Papa. También se han revitalizado los religiosos, las religiosas, los sacerdotes, los obispos y los cardenales que estuvieron en Copacabana. Así me lo confesó Mons. Vicente Jiménez, obispo de Santander (España), a quien encontré sonriente y jovial, posando con otros obispos para una ‘foto de peregrino’. Él, que había hecho parte del grupo de obispos y cardenales que ayer había practicado el Flash Mob para Francisco, en pleno palco principal, me manifestó que había vivido estos días con una gran emoción e intensidad: “en la JMJ de Río ha hablado más el corazón que la cabeza, ha sido un nuevo Pentecostés eclesial”. También añadió que “las palabras del Papa interpelan y son exigentes”. ¡Gozosa experiencia! la que también  han vivido nuestros pastores.



La misma corriente de vitalidad corre por las venas de doña Dulce Pinto, una carioca de 77 años que estaba feliz con el carisma del Papa, porque “todas sus manifestaciones son cercanas al pueblo”. Mirando hacia el mar de juventud de Copacabana me dijo que ella también es una “guerrera del amor” y que se ha contagiado con la alegría de la juventud.



A su lado estaba Ximena Rojas, de 21 años, con un grupo de 20 jóvenes de Santiago de Chile. “Francisco encantó a la juventud –me dijo– porque con su lenguaje cercano nos llegó y nos permitió comprender lo que espera de nosotros sin que sintiéramos que era algo impuesto. Ahora, sencillamente debemos dejar que su mensaje fluya. En estos días mi fe se ha fortalecido y al regresar llevaré mi testimonio a todos mis amigos. A veces estamos esperando que los demás cambien para poder cambiar el mundo, pero el cambio comienza por uno mismo hoy. Nosotros somos el verdadero ‘campo de la fe’ como dijo el Papa”. Está convencida de que su experiencia no terminará en Río. ¡A penas está comenzando!



El mejor medio para evangelizar a los jóvenes es otro joven, lo dijo Francisco en su homilía en la misa de clausura. “Esta es la juventud del Papa”, fue el grito que más se escuchó.

Francisco nos abrazó con su sonrisa, con su ternura, con sus palabras, con su cercanía a los más necesitados. Nos vamos con los brazos abiertos, como el Redentor del Corcovado, a compartir lo que hemos visto y oído. Creo que es lo menos que puede hacer un periodista peregrino al regresar a casa.

Publicada en: http://www.vidanueva.es/2013/07/28/un-peregrino-en-la-jmj-la-juventud-del-papa/

sábado, 27 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (6)

VIDA PEREGRINA
 
 
María proviene de la Rioja (Argentina). El pasado lunes 22 de julio esperó 12 horas bajo la lluvia para recoger su kit de peregrina en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Laura, de Bogotá (Colombia), esperó menos tiempo, también bajo la lluvia, pero tuvo que regresar al día siguiente porque cuando le entregaron su kit le dijeron que se habían agotado las tarjetas para comida y transporte. Estaba a tres horas de la casa de familia donde se hospeda por estos días, a las afueras de Río.

Cualquier cantidad de historias de lluvia, frío y esperas se puede escuchar entre los peregrinos que hacen filas, de hasta una hora y media, para almorzar en un McDonald's o en un KFC. En sus rostros se dibujan el hambre y el cansancio de la jornada. Lo mismo podrían notarse en quienes han intentado llegar a uno de los puntos turísticos de la ciudad, como el Cristo Redentor del Corcovado, o el morro de Pão de açucar.

En cuestiones de transporte la situación no varía mucho. Grandes trancones prolongan las distancias de los peregrinos –que lo diga Francisco, quien a su llegada quedó atrapado en uno de ellos–, y el metro también ha presentado deficiencias.

Por supuesto, algunos medios de comunicación han aprovechado todas estas constataciones para criticar la desorganización local y para insinuar que, si las cosas siguen así, el Mundial y las Olimpiadas serán un desastre.

Más allá de lo logístico, me admira la particular “vocación” de los peregrinos. Ninguno se queja. Estos impases no les roba la alegría de participar en la JMJ compartiendo con Francisco, viviendo experiencias y tejiendo nuevas amistades.

Por ejemplo, la decisión de realizar la vigilia y la misa de clausura en Copacabana y no en el lugar que se había previsto, en Campus Fidei, parece que ha afectado más a los comerciantes de Guarativa que a los mismos jóvenes. Salvo que ya no peregrinarán 13 sino 9,5 kilómetros, parece que lo demás será similar. Cambiará el lugar, pero no la programación. Hoy vivirán su vigilia junto al mar, y si llueve de todas formas no se irán.

Los peregrinos son “todoterreno”.  Son una raza extraña en estos tiempos del confort y del consumismo que tanto nos atrae y que también esclaviza a muchos jóvenes. En la JMJ se identifican con una maleta amarilla, azul o verde a sus espaldas, una capa plástica y un frasco con agua que cuelga de sus mochilas. Algunos también llevan banderas.

Por encima de todo son incansables. Los vemos cantando en grupos, brincando, yendo de un lado para otro, en pequeños o en grandes grupos, sentados sobre el andén o a la orilla de la playa –algunas veces rezando–, cantando con una guitarra, tomados de la mano cuando cruzan las avenidas, pendientes de que no se pierda alguno, y en las estaciones de metro, si son cariocas, están dispuestos a fungir de guías para orientar a los extranjeros.

También las familias y las comunidades que los han acogido tienen mucho de este espíritu. Se incomodaron para acomodar a sus visitantes. Cedieron sus habitaciones y “ensancharon la tienda de su casa”. Están pendientes de saber a qué hora llegan sus invitados, si comieron, si se mojaron… Cambiaron su rutina y “echaron agua a los fríjoles”, como recomienda Francisco.

Podemos mejorar la logística y la organización. Sin embargo, los inconvenientes de un encuentro multitudinario como la JMJ nos recuerdan la necesidad que tenemos de desinstalarnos e incomodarnos como el “pobrecillo de Asís”, para aprender a ser felices con lo necesario y compartiendo lo que tenemos, sea mucho o poco. Una nueva tierra será posible si logramos simplificar la vida. Ganaremos calidad de vida, diría José Mujica, el presidente uruguayo.
 
En breve los peregrinos de la JMJ regresarán con más espíritu misionero que nunca. Serán los misioneros de la “revolución de la fe” que Francisco ha traído a la Iglesia y ha acentuado en Río.

Cómo me gustaría escucharle decir mañana, en la misa de clausura, “Vayan y hagan lío”. El primer lío será lo que algunos llaman “ser contracultural”. Entonces veremos la esperanza de una nueva primavera.
  
 

viernes, 26 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (5)

FRANCISCO EN ESPAÑOL
 

Me gusta cuando Francisco habla en español. Lo hemos visto y escuchado en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Sus primeras palabras en lengua materna –¡cómo no! – las pronunció en la casa materna de la virgen de Aparecida el miércoles 24: "Yo no sé hablar brasileño", advirtió a la muchedumbre. Y tras decir unas cuantas frases quiso comprobar si le estaban entendiendo, así que les preguntó: "¿Una madre se olvida de sus hijos?" "¡Nooo!", respondió la gente en coro. Francisco me hizo recordar al cura de mi pueblo (Girón – Santander) cuando “hacía mayéutica” en plena homilía de misa sabatina, para comprobar si los niños de la catequesis estábamos atentos y comprendiendo lo que nos explicaba.

Sin embargo, como buen pedagogo, Francisco sabe a qué público puede y no puede hablar en español. ¿Cómo hablarle al pueblo de la favela de Varginha un idioma distinto al suyo? Más aún, no permitió que el párroco de aquella favela, el P. Marcio, se separara un solo instante de él, porque quería estar seguro de entender todo lo que la gente le decía y de que la gente también le entendiera, en aquel fantástico momento cuando caminó por sus calles impregnándose del olor de las ovejas más pobres de Río.

Sus discursos a los jóvenes los pronuncia en español y en portugués –por ahora, más en español que en portugués– y parece que ésta va a ser una constante en los discursos que restan. 

"Se ve más suelto cuando habla en español", me compartió una colega. Y me sentí afortunado de hablar en español, la lengua materna del Papa, y de entender frases como: “espero lío en las diócesis”, que el mismísimo portavoz del Vaticano, el P. Federico Lombardi, reconoció no entender del todo ante la pregunta de un inquieto periodista. La misma respuesta me dio a mí cuando le pregunté cómo interpretaba la frase “yo sé lo que es estar enjaulado”, que Francisco dirigió a los peregrinos argentinos, finalizando su breve encuentro con ellos en la Catedral de San Sebastián. Lombardi frunció el ceño y agregó: Lo siento, no comprendo muy bien el español (¡plop!). 

Creo que en El Vaticano, en la medida que Francisco continúe hablando en español, más de uno va a sentir la necesidad de aprender español antes que latín o italiano.

Un detalle más. Francisco habla argentino. “Poné fe, poné amor, poné esperanza”, dijo a la juventud en la ceremonia de acogida de ayer. “Señor, vos sos un escándalo”, oraba con sus compatriotas, para referirse al escándalo de la cruz. Y si lo vemos bien, cuando mueve su brazo derecho para saludar a la multitud, también lo hace en argentino.

Las palabras de Francisco en la JMJ conmocionan y desafían, sin importar en qué idioma las pronuncie. Sin embargo, prefiero a Francisco en español. Es más osado, más directo, más profeta. Pueden comprobarlo observando el video donde se registraron las palabras que Francisco dirigió a los jóvenes argentinos en Río “sin papeles en la mano”.
 
 
 



jueves, 25 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (4)

VOLVER A APARECIDA




Con Francisco volvimos a Aparecida, la capital mariana de Brasil, que alberga a la diminuta imagen de la “padroeira” (patrona) de Brasil, en una Basílica que, según cuentan, tuvo que ser reducida sobre planos, cuando El Vaticano sugirió que –¡de caridad!– su tamaño no podrían ser “o mais grande do mundo”, so pena de desbancar a la mismísima Basílica de San Pedro.

Al amanecer del domingo 13 de mayo de 2007, el día que Benedicto XVI inauguró la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, recuerdo la impresión que me causó observar que en una de las planicies desde donde se divisa el Santuario, cientos de buses repletos de peregrinos habían llegado durante la noche. Es verdad lo que dijo Francisco: Aparecida “es la casa de la Madre de todo brasileño”.

Y casualmente es la misma planicie donde aterrizó Francisco, sonriente, simpático y cercano a todos. Al menos hay 200.000 que pueden dar testimonio, incluyendo a la joven Nelly Johanna y a su pequeña hija Valentina, dos colombianas de origen cucuteño (Cúcuta es una ciudad al noreste de Colombia, en la frontera con Venezuela), que sintieron en su piel la ternura del Papa, quien no solo besa a los niños sino que también se deja besar por ellos.

De vuelta a Aparecida y en medio del gentío, Francisco recordó que el documento conclusivo de la V Conferencia, que él mismo ayudó a redactar, se cocinó al calor de la fe de los peregrinos: “el Documento de Aparecida (DA) nació precisamente de la urdimbre entre el trabajo de los pastores y la fe sencilla de los peregrinos”. Y recordé cómo hace seis años, mientras los obispos se reunían en las catacumbas del Santuario, la gente no paraba de peregrinar y de acompañarlos a diario en la eucaristía. Es más, los obispos y los cardenales, así como los asesores y los peritos, estaban hospedados en cinco hoteles sencillos de la ciudad y fácilmente, mientras iban y venían al Santuario, se cruzaban con los peregrinos. Un domingo estuvieron en prácticamente todas las parroquias, visitando y acompañando a las comunidades.

Las tres actitudes que acentuó Francisco: “mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría” refrescaron mis memorias de la V Conferencia. Esas tres actitudes estaban presentes en los peregrinos –gente sencilla, la mayoría– en la “tienda de los mártires” que animaban las Comunidades Eclesiales de Base, donde orábamos y celebrábamos la eucaristía todos los días, y, particularmente, en una gran peregrinación de la Pastoral de la Juventud que celebró Pentecostés en Aparecida.

Siempre he creído que juventud y Pentecostés van de la mano. Una Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) es un nuevo Pentecostés para la Iglesia universal. Francisco, como buen latinoamericano, puso en manos de María la JMJ antes de encontrarse con los jóvenes. Pero además, su peregrinar a Aparecida ha dado un “texto” referencial al efusivo “contexto” de la Jornada.

Hay que volver a leer Aparecida, tanto el Documento Conclusivo como el evento eclesial que representa. Por lo demás, el DA es ya un “clásico” y como todo clásico que se respete no se lee una vez y se guarda, se rumia en muchos momentos de la vida. No en vano el Papa se lo ha regalado a muchos de sus ilustres visitantes en Roma. Ahora que tenemos YouCat, también podríamos tener YouDA. Sería un buen legado de la primera JMJ de Francisco.


Fotos: www.perfil.com; www.eluniversal.com.co; www.larazon.com.ar
Publicado en: http://www.vidanueva.es/2013/07/26/un-peregrino-en-la-jmj-volver-a-aparecida/ 

miércoles, 24 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (3)

EL REINO DE DIOS EN LA PLAYA
 

 
La playa de Copacabana, al sureste de Río, que en innumerables oportunidades ha sido punto de encuentro de celebraciones y celebridades, con espectáculos y postales que dicen mucho de la cidade maravilhosa, es por estos días uno de los lugares referenciales de la Jornada Mundial de Juventud (JMJ) –tal vez el segundo en importancia después de Campus Fidei, donde tendrá lugar la vigilia y la misa de clausura–. Allí se celebró ayer la eucaristía de apertura de la JMJ, y será el escenario en el que el Papa será acogido mañana. También allí acontecerá el Vía Crucis de la JMJ, el próximo viernes.

Con sinceridad puedo decir que la elección de Copacabana como escenario de la JMJ es ¡de todo mi gusto! Son más de 3 kilómetros que merecen la pena recorrerse a pie, en bicicleta, trotando, o en patines… como dicen aquí “fique à vontade” (siéntase cómodo).

El fin de semana anterior a la llegada del Papa, vi llegar familias enteras –algunas con una que otra “silla portátil” al hombro–, dispuestas a disfrutar de un día de playa, antes de que bajara la temperatura y llegaran los días de lluvia. Extrañados unos, animados otros, intercambiaban con los jóvenes de la JMJ que también arribaban con sus mochilas y banderas. ¡Qué interesante integración!, pensé.

Sin prejuicios y con fluidez, vi cómo la playa se fue tornando en un espacio común donde nadie es excluido: sin fronteras, sin razas, y todos “en la libertad de los hijos de Dios”. Es la magia que tiene la playa. Los jóvenes peregrinos, por su parte, saben cómo potenciar esta amigable cualidad. Les bastaba con reconocer “una bandera amiga” para entablar una conversación y al rato ya estaban tomándose fotos.



También Copacabana es pluralidad y diversidad. Hay quienes caminan, toman el sol, se bañan, leen, duermen, juegan voleibol o fútbol de playa, cantan, comen, toman cerveza o caipirinha, venden recuerdos, ofrecen masajes… Incluso también hay quienes “hacen arte” con arena –para deleite de los transeúntes–  y que en esta temporada han preparado una informal exposición de esculturas de arena con motivo de la JMJ.

La fraternidad y la pluralidad que abraza la playa de Copacabana me lleva a pensar que hasta podría ser una nueva parábola del Reino. “El Reino de Dios se parece a… una playa”. Allí, somos felices, el tiempo es relativo, el clima siempre es el mejor, no se sabe quién es rico ni quién es pobre –y menos en vestido de baño–, todos somos hermanos porque estamos en igualdad de derechos para disfrutar la inmensidad del mar y las toneladas de arena que lo contienen. La playa es todo un misterio, como lo fue para san Agustín cuando, según cuentan, un niño a la orilla del mar le explicó que intentaba meter el mar en un hoyo.

Una JMJ en la playa es un buen signo. Las pantallas, las luces y el sonido están listos para que Francisco llegue y complete la parábola. Amanecerá y lo veremos mañana.
 
 

martes, 23 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (2)

DESPUÉS DE BABEL: MEDIA CENTER COPACABANA

 
 
Hay que recorrer la orla de la emblemática playa de Copacabana para llegar al Forte de Copacabana, en un pequeño montículo, donde funciona una base militar y donde, desde el pasado sábado 20, aproximadamente 6.000 periodistas nos fuimos acreditando para el cubrimiento de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) desde el Media Center de Copacabana (MCC).

Un equipo de voluntarios da rostro juvenil al lugar. Ellos y ellas han apoyado el proceso de acreditación –nada fácil por la “sobrepoblación” de comunicadores y periodistas– en portugués, español e inglés. Por supuesto, ya se presume que al menos la mitad son brasileros. También hay muchos acentos: argentino, americano, francés, alemán e incluso asiático.

Recibimos un kit que incluye, además del manual de prensa, una libreta de apuntes y un lapicero de material ecológico, la guía del peregrino, el manual de liturgia, un libro sobre discipulado y otro sobre bioética. Es decir, tenemos en nuestras manos los mismos instrumentos que recibieron los peregrinos en sus coloridas mochilas (excepto las camisetas y otros “accesorios” que, sin embargo, se pueden comprar la Tienda del MCC).

El MCC no es otra cosa que una enorme tienda dispuesta con una sobria arquitectura en el extremo sur-este de Copacabana, cuidadosamente equipada con cientos de cubículos, zona de alimentación (cafetería), baños, puesto médico, centro de fotocopias, un auditorio con capacidad para albergar 350 personas que, evidentemente, no es suficiente para este mundo de acreditados. Por fortuna, abundan las “pantallas planas” de buen tamaño y el sonido en prácticamente todos los espacios.

Quienes compartimos esta “tienda de encuentro” venimos de un variopinto mundo de las comunicaciones católicas y no católicas. Desde directores de periódicos parroquiales hasta las grandes cadenas internacionales. Por todas partes transita gente en hábito, clergyman, jean o corbata. Así mismo, los dispositivos digitales y fotográficos de última generación posiblemente están  bajo este techo.

La única “disonancia” es el idioma. El MCC no es una “Babel”, como muchos podrían imaginar. En realidad hay dos palabras universales que se imponen a las diferencias idiomáticas: JMJ y Francisco. Otra cosa es: ¿qué JMJ? y ¿cuál Francisco? “That’s the question”, diría Hamlet.

En este mundo de la MCC estamos Antonio, Darío, Felipe y yo, compartiendo nuestros puntos de vista desde una identidad particular: Vida Nueva, una palabra comprometida en la Iglesia.

Atardeció y anocheció el primer día de Francisco en Río. ¡Todo fue muy bueno! El MCC cierra a la medianoche y abrirá sus puertas a las 8:00 a.m.

sábado, 20 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (1)

CAMINO A RÍO


Tras un día frenético –no podría ser de otro modo–, por fin llegué al aeropuerto internacional ElDorado. Sólo cuando entregué el morral a las 21:05 a la chica del counter de sonrisa cálida –no tan “comercial”, como escribió Gabo en algún cuento peregrino– me di cuenta que llegó el día anhelado: estoy camino a Río.

No creo que haya una sala más lejana que la No. 52 en el nuevo aeropuerto. Para llegar allá hay que recorrer prácticamente todo el terminal y, al final, bajar por unas escaleras hasta la planta más baja, es decir, hasta las “catacumbas” del aeropuerto.

Esa fue mi primera imagen, al descender y encontrar reunido a un grupo de más o menos 100 jóvenes portando camisetas y chaquetas coloridas. Unos de naranja – “el color de la alegría”–, otros con el inconfundible logo de la JMJ Río 2013, y algunos de azul. Confundidos en un mismo cuerpo, parecían estar celebrando la eucaristía a la manera de los primeros cristianos, en las catatumbas. Este centenar lo hacía “a cielo abierto”, bajo la gran mole del nuevo aeropuerto y sin temor de ser vistos ni escuchados. ¡Son testigos del resucitado!

Con curiosidad y total fascinación me acerqué. La mayoría de ellos estaban sentados en el suelo y con seguridad nadie se percató de mi presencia. Estaban cantando, guitarra en mano. O mejor dicho, “orando dos veces”, como diría San Agustín. Una joven cantaba de rodillas, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, cual icono joven de la cidade maravilhosa: el  Cristo Redentor. Era tal el ambiente místico, que me sentí profano con mi granizado de café, bebiendo mientras que esos chicos tenían su corazón en Dios.

Luego me enteré que la escena fue totalmente espontánea y súbita. Bastó con que un cura joven invitara a una veintena de jóvenes de su parroquia a hacer un rato de oración, para que todos los peregrinos que se encontraban en la sala 52 hicieran de aquel espacio un “templo vivo del Espíritu”. Mexicanos, ecuatorianos, costarricenses y panameños. Cuatro naciones y una misma fe.

Pasó el momento orante. Vinieron las fotos, el intercambio y las historias fluyeron. Quién lo iba a imaginar, ¡la JMJ ya estaba comenzando!

Me acerqué al grupo de jóvenes de Guayaquil (Ecuador) y me contaron que eran del movimiento laical “lazos de amor mariano”. Los 17 llevaban en su pecho la medalla milagrosa. La mayoría eran universitarios/as y no disimulaban su ilusión por la JMJ y Francisco.

En el bus que nos condujo al avión, supe que los chicos centroamericanos hacían parte de la “juventud alfonsiana” que, además, participarían en un encuentro internacional en Aparecida el día 22. En el avión, tuve como vecinos a dos fraternos mexicanos anaranjados: Mariano y Kasandra. Me dijeron que eran lasallistas, del Distrito de México Sur y en total son 19: 15 estudiantes, 2 hermanos de La Salle y 2 profesores. Se prepararon para la JMJ con encuentros de oración, catequesis, una misión juvenil de 10 días y, desde el punto de vista económico, con actividades pro-JMJ: ventas de papas y rifa de Ipad, entre otros. Traen en su equipaje tres sombreros “charros” para el compartir cultural que vivirán en su pre-jornada internacional lasallista.

Así fue, la JMJ Río ya estaba en, al menos en pequeñas dimensiones, en el vuelo 261 de Avianca. Aterrizamos en una mañana nublada a las 7:15 a.m. No hubo Corcovado ni Pão de Açucar a la vista. Poco importó. ¡Aquí estamos 101 peregrinos listos para vivir la JMJ con Francisco!

Publicado en: http://www.vidanueva.es/2013/07/22/un-peregrino-en-la-jmj-camino-a-rio/