sábado, 19 de septiembre de 2015

Mística & Cultura

Polisemias contemporáneas de la mística


Aunque “mística” sea un vocablo que evoca lo medieval, no deja de ser actual y encierra múltiples acepciones en la vida cotidiana y en la cultura. Hoy parece inevitable una polisemia en la que se evidencia que una persona puede ser reconocida por su talante “místico”, y, simultáneamente, un espacio físico puede ser nominado como “místico”. De igual forma, un momento puede ser “místico”, así como una obra de arte posibilita una experiencia “mística”.

De este modo, hay quienes consideran que algunos líderes espirituales como el papa Francisco, el Dalai Lama, Teresa de Calcuta u Óscar Romero, encarnan un talante eminentemente “místico”. Pero también, quienes han conocido las ruinas de Machu Pichu en Perú, o las impresionantes cataratas de Iguazú en la triple frontera entre Brasil-Paraguay-Argentina, o el inconmensurable bioma Pan-Amazónico con sus ecosistemas, ríos y selvas, o las exóticas Islas Galápagos en Ecuador con sus numerosas especies endémicas; pueden dar testimonio de que estos lugares convocan a la “mística”.

Como experiencia, la “mística” adviene cuando se peregrina a un “lugar santo” como Chiquinquirá, Monserrate o Buga en Colombia, Guadalupe en México, o Lourdes en Francia; o cuando se comparte la fe en comunidad, en una vigilia de oración, por ejemplo; lo mismo que cuando se contempla una puesta de sol, como solía hacerlo El Principito de Saint-Exupéry, o incluso en el silencio y la soledad de un retiro espiritual.

Y sin embargo, los vitrales de una iglesia, los cuadros de Rembrandt, Guayasamín, Van Gogh, Miró o Renoir; la música de los clásicos Beethoven, Mozart, Bach, Schubert, Chopin y de otros, más contemporáneos, como John Lennon, Tom Jobin, Mercedes Sosa…, así como la literatura de Rubem Alves, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Jorge Luis Borges, y la arquitectura de Oscar Niemeyer, la escultura de Fernando Botero, y las geometrías de Omar Rayo, por mencionar sólo un puñado de artistas conocidos… también comunican altas dosis de “mística” a través de sus obras artísticas.

Las polisemias de la mística permiten entrever que se trata de un asunto que escapa al dominio exclusivo de la teología, de las ciencias de la religión y de la fenomenología religiosa. En tiempos de complejidad e interdisciplinariedad, la mística es susceptible de múltiples aproximaciones de la cultura y, al mismo tiempo, la mística configura y re-crea la cultura, dotándola de nuevos sentidos y significados. En palabras de D. Cumer, “la cultura informa la mística y la mística informa la cultura”.

Así se percibe en la pintura, la música y la literatura, lo mismo que en la política, la ecología y la antropología, por ejemplo, donde la mística permea la cultura. Son pocos los espacios de la cultura que no registran la incidencia de lo místico. Por su parte, la cultura hace que la mística abandone su estado de abstracción y se concretice en formas y espacios visibles y experienciales. Con todo, mística y cultura no parecen seguir una regla específica ni un patrón exclusivo; tampoco obedecen a una lógica unidireccional. En Occidente, las herencias espirituales y místicas de Jerusalén-Atenas-Roma y aún de los pueblos originarios y ancestrales, informan las múltiples y plurales expresiones que han configurado la cultura hasta nuestros días, impregnándola con sus lenguajes, sus símbolos, sus mitos, sus técnicas, sus ritos, sus valores, sus cosmovisiones, e incluso sus instituciones y jerarquías.

Más mística y menos religión

Paradójicamente, en la medida que asistimos a procesos severos de laicismo y des-cristianización, en los que la institucionalidad religiosa progresivamente cede su lugar a la sociedad civil; sin embargo, se manifiesta una creciente búsqueda frente a lo místico, lo espiritual y lo sagrado. De alguna manera, se podría decir que el mundo secularizado y posmoderno ha optado por la “mística” en lugar de la “religión”.

En este sentido, si se acepta que la laicización de las sociedades modernas ha cooptado la antigua presencia avasalladora de la religión o, mejor, de las instituciones religiosas, cabe la pregunta sobre el auge actual de la mística en contextos culturales, notablemente “prevenidos” ante la cuestión religiosa.

Desde una mirada antropológica, João Batista Libânio y Edgard Hengemüle han planteado, justamente, la emergencia de una “ola espiritualizante” que no representa alguna tradición religiosa en particular, más bien refleja la necesidad de compensación ante las carencia existenciales de los individuos, de modo que “lo sagrado y lo místico pueden llegar a cumplir una función consoladora frente a problemas inmediatos que las personas no consigue resolver”.

Así, se constata que el homo mysticus y el homo culturalis no pueden ser asumidos como dicotomía operante, ni siquiera ante los imperativos de la secularización. Mística y cultura son cualidades esenciales y existenciales, coexisten y se complementan. El desplazamiento de la religión no significa, por tanto, la muerte de la mística ni de las experiencias sagradas y las espiritualidades en las que se fundamenta. Por el contrario, cada vez más se constata que la cultura está atravesada por la mística y, a su vez, la mística es viable a través de diversas formas culturales. Sin embargo, no todo lo que constituye la cultura tiene connotaciones místicas y viceversa. ¿Cómo discernir lo que hay de mística en la cultura?

Belleza, bondad y verdad

Fundamentalmente se podría decir que la mística atrae. Más concretamente, en el campo de la cultura, es posible postular que su capacidad de atracción deviene de una triada de virtudes que ha tenido profunda resonancia en Occidente y que bien podría asumirse como criterio de discernimiento hermenéutico: la belleza, la bondad y la verdad. Un lugar, una obra de arte, una experiencia o una persona podrían ser consideradas bajo el lente de la mística, en la medida que comunican el misterio de belleza, de bondad y de verdad que las inspira.

Si se acude a la expresión de teólogo alemán Johann-Baptist Metz, quien apela por “una mística de ojos abiertos”, la cultura puede ayudar a “abrir los ojos” a la belleza, a la bondad y a la verdad del otro y del Otro, sacando al ser humano de su ensimismamiento para lanzarlo a la alteridad, es decir, invitándolo a recorrer caminos nuevos, colmados y abiertos a nuevos misterios. Tal vez esta pueda ser una clave de lectura para descubrir y discernir la mística desde la perspectiva de la cultura hoy.


Publicado en Vida Nueva Colombia No. 128