martes, 31 de enero de 2017

La Iglesia de Chiapas y los migrantes

Chiapas y la misericordia con los migrantes


Albergues, formación y asesoría entre las respuestas de la Iglesia al flujo migratorio

Dos hechos pasaron prácticamente desapercibidos en la visita que el papa Francisco realizó a San Cristóbal de Las Casas, en Chiapas, el 15 de febrero de 2016, durante su viaje apostólico a México. “En nuestra diócesis, con ocasión de su visita, hicimos una colecta para ayudar a los migrantes y logramos reunir 15.000 dólares [unos 43,5 millones de pesos]. Por su parte, el Papa nos obsequió un dinero para los pobres: 80.000 euros [equivalentes a 262 millones de pesos, aproximadamente], que se han destinado a cubrir diversas necesidades entre las que se encuentran, claro está, las de los migrantes”, comenta el obispo Felipe Arizmendi Esquivel.

Ambos gestos de generosidad –el de los fieles y el de Jorge Mario Bergoglio– han posibilitado la multiplicación de obras que son ‘símbolo’ y ‘memoria’ del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en la Iglesia de Chiapas, que históricamente ha sido sensible a la situación de los migrantes centroamericanos.

¡Fui forastero y me recibieron!

Ubicado al sur del país, el estado de Chiapas es un ‘paso obligatorio’ para los migrantes centroamericanos que transitan hacia el norte del continente. Solamente entre 1985 y 1995, la Iglesia atendió a más de 100.000 refugiados de Guatemala. Tanto la arquidiócesis de Tuxtla Gutiérrez, como las diócesis de Tapachula y de San Cristóbal de Las Casas –que se extienden a lo largo y ancho del estado– experimentan a diario los clamores y las angustias de la movilidad humana, tal como se describe en el ‘juicio final’ del evangelio de Mateo, citado con frecuencia por el propio papa Francisco: “tuve hambre… tuve sed… fui forastero… estuve desnudo… enfermo… en la cárcel” (Mt 25, 35-36; 42-43).

No en vano monseñor Arizmendi asegura que “el flujo migratorio, proveniente de Centroamérica, nos sigue presentando un gran desafío, pues se ha incrementado en los últimos meses. En la actualidad, hemos vuelto a las estadísticas de hace dos años, cuando empezamos a recibir un promedio de cien migrantes por día”.

Ante esta realidad, al sur de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, la arquidiócesis ha promovido la Casa del Migrante “Jesús, esperanza en el camino”, que funciona como albergue temporal a partir de las 6:30p.m., para pasar una o máximo tres noches –en caso de enfermedad– mientras que en el día ofrece comida a las 2 y a las 6p.m., servicios médicos y ropa a quien lo necesite. Todo de manera gratuita.

De igual forma en Tapachula, desde 1980 hasta la fecha, la Casa del Migrante Scalabrini, a través del albergue “Belén”, ha recibido a miles de migrantes de diversos países que en su travesía en pos del ‘sueño americano’, también son acogidos en otros albergues que se sitúan justamente en la ruta hacia los Estados Unidos, en las poblaciones de Huixtla, Mapastepec y Arriaga, al tiempo que se ofrece asistencia a trabajadoras domésticas procedentes de Guatemala.

Así también, el 14 de diciembre de 2015, los misioneros scalabrinianos –cuyo carisma al servicio de la movilidad humana es ampliamente reconocido– abrieron las puertas de la Aldea “Arcoiris”, que funciona como un centro para refugiados y víctimas de trata, proporcionándoles espacios de formación para que puedan insertarse laboralmente en la sociedad. Al saludar esta feliz iniciativa, que coincidió con la fecha de apertura de la Puerta de la Miseriocordia en la diócesis de Tapachula, al inicio del año Jubilar, el obispo Leopoldo González González manifestó que “aunque parecieran puertas diferentes, en realidad son la misma puerta, la puerta de la misericordia de Dios”.

Dignidad para los ‘don Nadie’

En efecto, el padre Flor María Rigoni, gestor de la iniciativa, considera que esta obra “es una mano tendida hacia cuantos han sido despojados de la dignidad mínima de ser un alguien, con un nombre, con un apellido, con la posibilidad de levantar su cabeza y de dialogar. Los migrantes en general, así como otras categorías de personas, pasan su vida en la periferia de la historia, invisibles, porque los consideramos como unos ‘don Nadie’, rechazados y despreciados”.

Migrantes certificados por la Escuela de Artes y Oficios
Por este motivo la Escuela de Artes y Oficios adscrita a la Aldea, ofrece cursos trimestrales de costura, belleza, cocina, carpintería y electricidad, entre otros, que con el aval de la Secretaría de Educación Pública del gobierno mexicano y con el respaldo de la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), favorece la regularización migratoria de los refugiados.

Otras acciones similares se han encaminado en la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, como la Casa del Caminante “Jtatic Samuel Ruiz García”, en la fronteriza ciudad de Palenque, que ofrece un gran albergue, asistencia jurídica, y actualmente construye un taller para que los migrantes elaboren velas y cirios, que puedan vender y así obtener un pequeño ingreso para su sostenimiento.

Asimismo, en Frontera Comapala se ha habilitado el albergue “San Rafael” para quienes solicitan refugio político y huyen de la trata de personas. Este albergue cuenta con un equipo de atención humanitaria integral conformado por una psicóloga, una trabajadora social, un abogado y un sacerdote jesuita.

Albergue 'Mambre'
Propiamente, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, se abrió la Casa del Migrante “San Martín de Porres” que, como detalla monseñor Arizmendi, “es un centro de acogida para migrantes, principalmente centroamericanos y mexicanos, donde se les brinda una atención digna, ropa, aseo personal, orientación, sin descuidar la defensa y la promoción de los derechos humanos, la escucha de sus problemas y el seguimiento de las violaciones a sus derechos que han sufrido en su trayecto por el territorio chiapaneco”.

Por otra parte, se han dado importantes pasos en la creación de otro albergue en Salto de Agua, que llevará el nombre de “Betania”, mientras que en Comitán ya funciona “Mambré”, un albergue pequeño, mientras que se tramita un terreno de 20x60 metros, para uno más grande y permanente.

Estas y otras iniciativas han sido posibles gracias a la solidaridad de la comunidad católica y del obispo de Roma, abanderado de la misericordia con los migrantes. No es casualidad que el comedor para migrantes en Frontera Comalapa lleve el nombre de “Papa Francisco”.

“Los migrantes nos duelen en el corazon”

“Acoger al migrante no es un asunto de moda, ni un esfuerzo por quedar bien, se trata de un imperativo evangélico”, ha manifestado monseñor Felipe Arizmendi. “La migración es un fenómeno mundial pero las necesidades de nuestros hermanos que pasan por acá nos duelen en el corazón, nos llegan al alma y no podemos permanecer indiferentes ante ello”, concluye el obispo de San Cristóbal de Las Casas.


Publicado en Vida Nueva Colombia No. 155 (pp. 48 y 49).
Fotos: Agencias, Iglesia de Chiapas


viernes, 13 de enero de 2017

Diócesis de Tumaco (2)

Poetas y músicos del Pacífico nariñense levantan su voz por la paz

 

El anhelo de construir una cultura de paz a partir de la memoria de las víctimas, reivindicando el derecho a la paz y a la defensa de las poblaciones originarias, ha encontrado profunda resonancia en la cultura oral del Pacífico nariñense.

Así lo atestigua un grupo de artistas que han unido sus voces y memorias por medio de la música y la poesía, para dar a conocer sus narrativas frente a la injusticia, las desigualdades sociales y la corrupción de la región, evocando el testimonio de las víctimas y, sobre todo, expresando sus esperanzas de justicia y paz.

La iniciativa de reunir a hombres y mujeres que declamen y canten a la paz, surgió de la Diócesis de Tumaco –a través de la Pastoral Social y de la Casa de la Memoria–, en convenio con el Centro Nacional de Memoria Histórica.

Romper el silencio

“En nuestro empeño de dar a conocer la memoria de las víctimas de Tumaco y aportar a la búsqueda de la paz, hemos redescubierto gente que con sus versos, letras y composiciones rompen el silencio y el miedo, para denunciar los estragos del conflicto armado y compartir sus sueños de paz y reparación”, comenta el misionero comboniano José Luis Foncillas, director de la Casa de la Memoria.

Fruto de este esfuerzo, la producción ¡Y yo levanto mi voz! Memorias de resistencia y paz en Tumaco recoge, en dos CD, las memorias de las luchas de las comunidades afronariñenses a través de 27 poesías y 15 canciones, interpretadas por once artistas y agrupaciones originarias, si bien es cierto que, como advierten sus realizadores “se trata de una muestra de la creatividad y la capacidad no sólo de estos poetas y músicos, sino de todos los habitantes de la región del Pacífico nariñense, para hacer frente a los impactos de la guerra y, desde su identidad y arraigo por el territorio, levantar su voz y clamar por la paz, por una vida digna”.

María A. Riascos, Casa de la Memoria
En este sentido, María Alejandra Riascos, investigadora de la Casa de la Memoria, quien lideró una parte del proyecto, agrega que “el propósito principal ha consistido en contar lo que pasa en nuestro territorio, compartiendo las realidades de comunidades y de personas que han sido marcadas por la violencia, para comunicar un mensaje sobre la importancia de transformar estas realidades a través de procesos comunitarios que desencadenen cambios políticos”.

Ángel María Estacio, quien hizo parte del equipo de trabajo de la hermana Yolanda Cerón, asesinada el 19 de septiembre de 2001 –siendo directora de la Pastoral Social de la diócesis–, relata en sus poemas la historia de la religiosa que dio su vida por la defensa del territorio y las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes. “Yo la acompañé en muchos de sus viajes en lancha, en la lucha por la titulación de los predios colectivos de nuestras comunidades, ella se sacrificó por nuestro pueblo y por eso en mis poemas le rindo un homenaje”.

Por su parte, Yolima Palacios, ha encontrado en la poesía una forma de sobreponerse al dolor del conflicto, que entró a su casa para arrebatarle la vida de sus hijos Arley, de 19 años, y John Jairo, de 17, asesinados entre 2012 y 2013. “Yo soy paz, y ni el asesinato de mis hijos me puede cambiar”, confiesa la autora de poemas como La verdad, La poeta y su hijo amado, y Renacer.

Ángel María Estancio, poeta
Una experiencia similar ha vivido Tatiana Benítez, a través de la música, tras el asesinato de su esposo por parte de un grupo armado. “La música y los procesos comunitarios me ayudaron a sanar, me permitieron perdonar y continuar, por mí, por mis hijas y por mi familia”. Tatiana es cantautora de Necesito de ti, Brinda amor, y Canto. También es etnoeducadora y se encuentra vinculada a grupos de apoyo a mujeres víctimas del conflicto.

En el caso de Octavio Montes, ‘el poeta del pueblo’, los impactos de la guerra y las situaciones de desigualdad y corrupción, hacen parte de sus versos, lo mismo que los saberes ancestrales, pues está convencido de que para hacer poesía es preciso “tener el oído atento en el transcurrir de la cotidianidad popular”. Basta ya, Colombia pide a gritos la paz, Drama campesino, y La paz, son algunos de sus poemas.

De igual forma la poesía de Mailen Quiñones reconoce los valores ancestrales del pueblo afro, su memoria, sus víctimas y su resistencia por la defensa de sus costumbres, de su territorio y de la biodiversidad. Dice que compone “para conservar la tradición oral pero también para denunciar”, pues en carne propia ha vivido los impactos del conflicto armado. De ello hablan sus poemas La situación, Por la vida de la naturaleza, Legislación étnica, y Desarrollo alternativo.

Asimismo, los acontecimientos violentos que han lacerado la historia reciente de los tumaqueños, ha inspirado varias de las poesías de Yolanda Ramos, como Entierro con balacera, Atentados en Tumaco, y La guerra de los colombianos. Hija de Críspulo Ramos, líder de procesos culturales y musicales, reconocido como uno de los mejores marimberos de Tumaco, Yolanda considera que su poesía es un ejercicio incesante en búsqueda de sus raíces.

En el caso de Nila Castillo, su profesión de trabajadora social la ha llevado a conocer vastas realidades en el Pacífico nariñense, que posteriormente ha narrado en forma de poesía. Hablar de paz, Que nadie diga que no pasa nada, Quiero preguntarle a Dios, y Reflexión sobre la ley de víctimas, son una muestra de ello.

En son de paz

Casa de la Memoria Tumaco
Varios músicos también han sumado sus voces ‘en son de paz’. Entre ellos Walter Castillo, ‘Master Rap’, con ritmos hip hop canta a la identidad afro y a la resistencia: Soy negro, Enfermedad de maldad, y Gritos con llantos, son algunos de sus temas. Yuri Marcela Zúñiga, ‘Yurimar’, desde sus convicciones cristianas ha comprendido que la música urbana es un canal de comunicación con los jóvenes y un medio de transformación social. Así lo expresa en sus canciones Clamor por Tumaco, La buena batalla, y Basta de sangre en mi pueblo.

A la cuota musical se suman algunas canciones de A.R.S., una agrupación conformada por cuatro jóvenes que sueñan con transformar la realidad social de Tumaco por medio de sus voces y sus letras, entre las que se encuentra: Mi Tumaco, Tengo un sueño, y En honor a mis héroes. De igual forma, Represent Tumaco, alza su voz de protesta frente a la desigualdad social y la discriminación de los pueblos afros en canciones como No somos esclavos, Reflexión, y No queremos más violencia. “Cantamos a la identidad, la dignificación y el reconocimiento de los derechos humanos étnicos”, asevera Emere Quiñones, uno de sus integrantes.

“El trabajo apenas empieza”, solía decir Yolanda Cerón. Tejer la memoria de un pueblo con música y poesía, hace parte del largo caminar hacia la paz y la no repetición.

Contra el olvido

¡Y yo levanto mi voz! está dedicado a aquellos que defienden la vida con su propia vida. “Este conjunto de memorias, contra el olvido y la indiferencia frente a las víctimas, constituye un testimonio colectivo hacia la no repetición”, afirma María Alejandra Riascos, investigadora de la Casa de la Memoria de la diócesis de Tumaco.


@OscarElizaldeP

Publicado en Vida Colombia (edición colombiana) No. 159, pp. 48-49.
Fotos: Deysi Moreno García