miércoles, 27 de enero de 2016

Utopía y la reinvención de la Colombia Agrícola

La Universidad de La Salle y su opción por los jóvenes y por el desarrollo rural

Estudiantes de Utopía
El sueño de Jáider Montenegro de estudiar ingeniería agronómica comenzó a finales de 2012, cuando sor Elizabeth Martínez, en ese tiempo coordinadora de la Institución Educativa Rafael Uribe Uribe, donde cursaba su último año de bachillerato en el municipio de Uribe (Meta), le habló de Utopía, el campus de la Universidad de La Salle ubicado a 12 kilómetros de Yopal (Casanare), que desde 2010 abrió sus puertas a jóvenes campesinos asediados por la pobreza, la carencia de oportunidades, la violencia y el rigor del conflicto armado del cual han sido víctimas –al igual que sus familias– y con frecuencia “carne de cañón”.

Jáider participó en el proceso de selección que realiza un equipo interdisciplinario de la Universidad  en las zonas rurales que han padecido el rigor de la guerra colombiana. “Presenté un ensayo sobre el post-conflicto en Colombia”, recuerda. A inicios de 2013 dejó su familia y su parcela para integrarse a la 4ª cohorte del programa de ingeniería agronómica, con otros 71 jóvenes de “la Colombia distante, profunda y olvidada”, dice, evocando las palabras de su rector, el Hno. Carlos Gómez Restrepo, el principal gestor y realizador de Utopía.

“Las utopías siempre son políticas porque impelen a la acción, a la transformación, al compromiso, a buscar nuevas respuestas, y propenden por el bien común, la superación de la violencia,  y la felicidad ¡Cuánta utopía es necesaria en Colombia en este momento de la historia!”, argumenta el Hno. Carlos cuando se refiere al proyecto como una respuesta educativa a la situación de un país que precisa ser reinventado desde sus entrañas rurales, sustrayéndole los hijos a la guerra para asegurar la sustentabilidad de la paz en tiempos de post-conflicto. Se trata, comenta el religioso, de “una apuesta por la transformación del sector agropecuario del país, no solamente porque uno de sus componentes es el programa de ingeniería agronómica, sino también porque entendemos que el sector requiere mejorar urgentemente su productividad y su competitividad”. De este modo, “Utopía es una oportunidad para invertir en la esperanza de un país en paz, generador de riqueza y que está llamado a convertirse en una despensa de alimentos para un mundo que muere de hambre”. 

Incidencia nacional




Con tan solo cinco años de existencia, Utopía se consolida como una de las propuestas educativas más audaces para la transformación del sector agropecuario colombiano, con el protagonismo de jóvenes provenientes de zonas rurales afectadas por la violencia. Al llegar a la 6ª cohorte, el proyecto ha adquirido una importante incidencia nacional dado que sus 220 estudiantes proceden de 91 municipios de la mayor parte de los departamentos del país. “Entre mis compañeros, algunos son de la Mojana sucreña, el chocó paisa, La Hormiga (Putumayo), San Vicente del Caguán (Caquetá), La Gabarra (Norte de Santander), Vista Hermosa (Meta), Fortul (Arauca), Cimitarra (Santander), entre otras poblaciones”, comenta Jáider, quien también destaca que “al inicio, es complicado convivir en medio de tanta diversidad cultural, pero después vamos descubriendo que el trabajo en equipo es una oportunidad y una de las características del proyecto”.

En Utopía, en efecto, convergen las realidades socio-culturales de las regiones rurales del país –representadas en sus jóvenes– y sus búsquedas de sentido para superar los contra-sentidos acumulados en su experiencia de vida. Por eso, Utopía es un proyecto se construye entre todos, de la mañana a la noche, justamente en el sentido que propuso el uruguayo Eduardo Galeano cuando proclamó que “ella está en el horizonte, me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se aleja diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré, ¿para qué sirve una utopía, entonces? Para eso sirve: para caminar”.

La vida en el campus 



A diferencia de otros programas académicos, los estudiantes de Utopía intensifican la vida en comunidad, el estudio y las prácticas que se asocian a su profesión. Con los primeros rayos del sol inician las labores en el campus, donde conviven las distintas cohortes, en un ambiente que, aunque académico, no se distancia de los contextos agrícolas en los que crecieron los “utopienses”.

A las 5:30 de la mañana, vestidos de overoles y con equipos adecuados, se hacen cargo de las hectáreas productivas que, simultáneamente, les permite llevar a la práctica los contenidos aprendidos en el aula de clase y les proporciona el sustento alimenticio de cada día. De acuerdo con su línea de profundización, algunos trabajan en la producción de abono, mientras que otros supervisan los cultivos de plátano, maracuyá, yuca, y otros más se ocupan del herbario y de diversos proyectos tecnificados. Jáider, por ejemplo, destina una parte de su tiempo a investigar la propagación del plátano in vitro.

Desayunan a las 8 a.m. y las labores del día continúan entre horas de clases, tiempo para labores personales y domésticas, de aseo y mantenimiento, trabajos en grupo, más horas de práctica productiva, momentos de esparcimiento y tiempos de estudio, lectura e investigación que algunos prolongan hasta las 11 de la noche.

En su infraestructura, el campus ha sido pensado como un parque agrotecnológico, investigativo, educativo y social, dotado de alojamientos para 400 personas, comedor, lavandería, aulas de clase, auditorio, biblioteca, salas de cómputos y distintos laboratorios (ciencias básicas, entomología, fitopatología, microbiología, suelos y aguas, georreferenciación, agroindustria e idiomas), que junto a las áreas productivas constituyen un predio de 20 hectáreas. A la Universidad le ha significado una inversión inicial de 26 millones de dólares de 33 que se han proyectado para llevar a cabo el proyecto en su totalidad. Buena parte su sostenibilidad se ha venido gestando mediante donaciones y un plan de becas para los estudiantes, quienes únicamente pagan un salario mínimo cada cuatrimestre.

El éxito del programa es un compendio de elementos referidos a su original propuesta formativa, con un sólido componente axiológico, distribuida en 12 cuatrimestres, así como al acompañamiento de una comunidad de hermanos lasallistas y de un cualificado grupo de docentes, y a la pertinencia de su metodología de “aprender haciendo” y “enseñar demostrando”. Adicionalmente, para graduarse cada estudiante debe implementar un proyecto productivo en su lugar de origen, con lo cual se quiere que, efectivamente, Utopía contribuya al desarrollo agrícola del país.

Utopía es, si se quiere, un “laboratorio de paz”, un espacio de formación para jóvenes campesinos líderes, emprendedores, que apuestan por la reconciliación, la ciencia y el desarrollo de sus regiones. Quiere ser promesa y esperanza, “un preludio del país que merecemos y soñamos”, como dice el Hno. Carlos, que no se construye solamente desde las mesas de negociaciones, sino que también requieren un “polo tierra” con la Colombia agrícola. Ya se han graduado las primeras cohortes, Jáider lo hará este año y está convencido de que “ser del campo es una ventaja para cualquier ingeniero agrónomo”.


@OscarElizaldeP

Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 138
Fotos: Universidad de La Salle

sábado, 16 de enero de 2016

Observatorio Juventudes PUCRS

Cuando los jóvenes son una prioridad


En Brasil, como en América Latina, “diversidad” podría ser uno de los sustantivos que mejor caracteriza a los jóvenes. De hecho, las realidades juveniles, atravesadas por connotaciones sociales, culturales, religiosas, étnicas, territoriales, laborales, escolares y de género, entre otras, con sus tendencias expansivas, han dado lugar al neologismo “juventudes” para expresar la existencia o, mejor, la co-existencia de diferentes modos de vivir esta etapa de la vida.


Esta mirada amplia y plural está presente en el Observatorio Juventudes de la Pontificia Universidad Católica de Rio Grande do Sul (PUCRS), de Porto Alegre, creado en 2011 para atender a las demandas de las juventudes brasileras, desde una doble perspectiva académica y pastoral. Su director, Mauricio Perondi, afirma que “si queremos comprender a las juventudes necesitamos conocerlas, pues es claro que los jóvenes de hoy son diferentes a los de otras generaciones”. Perondi también destaca que considerar a los jóvenes como sujetos de derechos y protagonistas sociales es un asunto neural: “ellos no son el futuro de la nación, son el ‘hoy’ y deben ser tomados en serio, con sus características, necesidades, sueños y contribuciones”.

La idea del Observatorio Juventudes surgió en el seno del Instituto de los Hermanos Maristas –congregación religiosa que anima y orienta la misión educativa y evangelizadora de esta universidad pontificia del sur de Brasil– como una sugestiva propuesta para promover la actualización del carisma de los hijos de Marcelino Champagnat, su fundador, mediante el estudio y la profundización de las realidades que configuran el complejo entramado juvenil, de cara a los vertiginosos cambios que impactan su existencia. Además, el Observatorio responde a una de las demandas del XXI Capítulo General, que en 2009 afirmó que los maristas “deben ser peritos en la defensa de los derechos de los niños, los adolescentes y los jóvenes”.


Tres grandes miedos

Una de las investigaciones más representativas de Brasil sobre las realidades juveniles, el proyecto Juventude, ubicó a este segmento de la población brasilera como uno de los más vulnerables, al constatar la existencia de tres grandes miedos que marcan a las actuales generaciones de jóvenes, en general, a pesar de la predominante diversidad: el miedo a morir (por causa de la violencia), el miedo a sobrar (por la falta de empleo) y el miedo a estar desconectado (de las nuevas tecnologías y del internet).


Ante esto, Perondi, señala que “es evidente que ser joven, en el momento actual, no es fácil, dado que los jóvenes son el sector de mayor vulnerabilidad social en el país, con los más altos índices de homicidios, de muertes por accidentes de tránsito, de reclusión, de desempleo…”.

No obstante, más allá de los estereotipos que conspiran para acentuar algunos adjetivos típicamente atribuidos a los jóvenes –como “violentos”, “rebeldes” o “drogadictos”–, el Observatorio ha logrado vislumbrar que a pesar de las dificultades, los jóvenes brasileros también sobresalen por su liderazgo en espacios de participación social y política, en la esfera cultural, en el área tecnológica, en la resignificación de las relaciones de poder y en la conciencia ambiental, entre muchos otros campos. 

Una nueva mirada

En este sentido, desde sus orígenes el Observatorio ha reconocido que las juventudes –con sus desafíos y posibilidades– representan una “condición social” que precisa ser construida desde una “nueva mirada”. “El Observatorio es un espacio que, por una parte, busca profundizar en el conocimiento sobre las juventudes y producir subsidios sobre este tema, así como sus vínculos con las políticas públicas, la acción evangelizadora y la defensa de los derechos humanos –explica su director, y agrega que–, por otra parte, ofrece asesorías para abordar estas cuestiones, favoreciendo oportunidades para la participación y el protagonismo juvenil”.

Detrás de estas iniciativas se encuentra la Red Marista de Brasil, bajo la coordinación del Centro de Pastoral y Solidaridad de la PUCRS, con el apoyo de la secretaría de Pastoral Provincial de los maristas y de las facultades de educación y servicio social de la misma universidad. Concretamente, el Observatorio está compuesto por un grupo de profesores, investigadores, estudiantes y voluntarios que comparten una misma pasión por las juventudes y dedican su tiempo –algunos con dedicación exclusiva– a las tareas de pesquisa y a las actividades que hacen parte de sus cinco grandes ejes de acción:


  • producción de conocimiento científico sobre juventudes, estimulando la realización de investigaciones, trabajos académicos y eventos sobre el tema;
  • divulgación de la producción científica sobre juventudes, utilizando plataformas diversificadas, organizando y visibilizando informaciones, resultados de investigaciones y referencias bibliográficas relacionadas con el segmento juventudes;
  • asesorías temáticas y cursos de formación en el área de las juventudes para la Red Marista y a nivel eclesial y público;
  • participación en espacios donde se definen políticas públicas de juventudes, como los Consejos de Juventud, las Secretarías de Juventud, etc.
  • creación de espacios y oportunidades para el desarrollo del protagonismo juvenil.

Con todo, uno de los aspectos que más llama la atención es la metodología adoptada, en la cual se privilegia la articulación y la colegialidad de todos los miembros del Observatorio en las investigaciones, publicaciones, asesorías y en la misma coordinación, privilegiando, la inserción de jóvenes investigadores que participan en los procesos y proyectos que se desarrollan (ver recuadro abajo).

A pesar de su “relativa juventud”, el Observatorio Juventudes PUCRS se ha tornado en un punto de referencia a nivel regional y nacional. En el transcurso de los últimos tres años ha prestado asesorías a más de 3.000 jóvenes, docentes, investigadores, asistentes sociales, organizaciones y gestores de juventudes, en ámbitos académicos, sociales, eclesiales y maristas. En mayo de 2015 contribuyó en la realización del 1er Curso Internacional sobre derechos de la Infancia, adolescencia y juventud y actualmente es una de las entidades que colabora en el desarrollo del 1er Curso de Especialización en Juventudes en Porto Alegre.

Su labor es un signo plausible de que la “opción preferencial por los jóvenes”, preconizada por la Iglesia latinoamericana, sigue siendo una prioridad para la universidad católica y para los maristas.

Jóvenes co-investigadores

Un ejemplo palpable del papel protagónico de los jóvenes en los proyectos de pesquisa que se llevan a cabo en el Observatorio Juventudes de la PUCRS, ha sido la investigación que dio lugar a su primera publicación, un libro sobre juventudes universitarias (Juventudes na universidade, olhares e perspectivas), en la cual un representativo grupo de jóvenes participó en todas las etapas del proyecto: en su planeación, su ejecución y como co-autores de la publicación.

@OscarElizaldePrada

Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 137
Fotos: Observatório Juventudes PUCRS

viernes, 1 de enero de 2016

Los embajadores de la esperanza

“Fazenda da Esperança” acoge dependientes químicos en 16 países    


El 5 de mayo de 2007, una semana antes de inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (Brasil), el Papa emérito Benedicto XVI visitó la Fazenda da Esperança (Hacienda de la Esperanza) en el municipio vecino de Guaratinguetá. “Ustedes deben ser los embajadores de la esperanza”, afirmó el Papa ante un grupo de jóvenes en proceso de rehabilitación del tormentoso mundo de las drogas, lo mismo que a los miembros de la Familia Esperanza: voluntarios laicos y personas consagradas que acompañan el proceso de rehabilitación de hombres y mujeres entre los 15 y los 45 años de edad que libremente desean asumir un proceso pedagógico de doce meses de duración.

Expresamente, Joseph Ratzinger confirmó en su carisma a quienes han asumido la misión de “llevar la esperanza, Jesucristo, al mayor número de jóvenes del mundo entero”, particularmente a aquellos que desean liberarse de su dependencia tóxica (drogas, alcohol…). A la fecha Fazenda da Esperança beneficia a miles de adictos a través de más de 60 centros de acogida que se extienden en 16 países: ocho en América Latina (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Guatemala, México, Paraguay y Uruguay), cinco en Europa (Alemania, Italia, Portugal, Rusia y Suiza), dos en África (Angola y Mozambique) y uno en Asia (Filipinas).

En una esquina

Esquina del barrio Pedregulho, en Guaratinguetá
Todo comenzó en una esquina del barrio Pedregulho, en Guaratinguetá, donde algunos jóvenes se reunían para traficar y consumir drogas. Corría el año de 1983. Cuando regresaba a casa después de la Misa, el joven Nelson Giovanelli dos Santos se sintió interpelado por esta realidad. Motivado por las enseñanzas de su párroco, fray Hans Stapel –franciscano de origen alemán–, un día decide aproximarse “con el deseo de vivir el Evangelio en medio de ellos” y movido por una frase bíblica de la primera carta de san Pablo a los Corintios: “me hice débil con los débiles para ganar a los débiles”.

Su primer acercamiento fue a través de un gesto sencillo. Le pidió a uno de los chicos que le enseñara a hacer pulseras artesanales. Progresivamente fue ganando la confianza del grupo, hasta que un día Antônio Eleutério solicitó su ayuda para abandonar el mundo de las drogas. De modo intuitivo, sin conocimientos ni experiencias sobre procesos de recuperación para dependientes químicos, Nelson comparte con Antônio su mayor tesoro, a modo de estrategia para nacer a una nueva realidad: ¡vivir el Evangelio! Fue así como Antônio comenzó a ser otra persona recobrando la confianza en sí mismo y re-encontrando el sentido de su existencia.

Su itinerario de conversión, además, resultó atrayente para sus antiguos colegas de vicio que deambulaban por las calles. Siguiendo los pasos de Antônio, algunos comenzaron a percibir los efectos, incluso terapéuticos, de asumir una experiencia de Evangelio en apertura a los otros. Tiempo después deciden vivir juntos en una hacienda abandonada que –con la mediación del párroco fray Hans– reciben en donación. Así surge la primera Fazenda, como espacio de rehabilitación de dependencias químicas, donde se reproduce la experiencia de los primeros cristianos que “todo lo tenían en común” y “vivían el Evangelio con alegría y sencillez de corazón”.

El mismo fray Hans, quien siempre ha acompañado espiritualmente la obra, recuerda que en los inicios “no teníamos médicos, ni remedios, y no era fácil conseguirlos; sin embargo, era necesario salir al encuentro de personas que no daban espera, así que comenzamos a actuar con el único medio que teníamos a nuestra disposición: la espiritualidad de comunión”.

Nelson Giovanelli y fray Hans Stapel, en los inicios
La idea de ofrecer la vida o una parte de ella con gratuidad, al servicio de personas tan vulnerables, oponiéndose a la “cultura del descarte”, contagió a otros jóvenes de la parroquia y de otras procedencias, de modo que en muy poco tiempo la Obra Social Nuestra Señora de la Gloria –denominación oficial de la Fazenda da Esperança– se extendió a otras latitudes. En 1989 Iraci Leite y Lucilene Rosedo dieron inicio a la primera comunidad de recuperación femenina en Guaratinguetá, consagrando su vida entera a esta labor, como ya lo había hecho Nelson. Asimismo, desde 1992, la Familia Esperanza cuenta con la dedicación exclusiva de fray Hans.
                                          
Lo que inicialmente fue una aventura de un joven con el apoyo de su párroco, se tornó una auténtica travesía a favor de la vida sana, plena, sin males y libre del flagelo de las drogas para todos aquellos que buscan una oportunidad para re-encontrar el camino hacía la dignidad y la realización humana, con la alegría del Evangelio y de la fraternidad.

Como un auténtico “santuario moderno” que acoge, recupera y acompaña la esperanza de hombres y mujeres agotados por los sin-sentidos, Fazenda da Esperança ha recibido, progresivamente, el respaldo de la Iglesia además de un amplio reconocimiento social. En su momento, el cardenal brasilero Aloísio Lorscheider –fallecido en 2007– llegó a afirmar que “allí el Evangelio encontró morada, y con él la esperanza”.


Don y conquista

La esperanza es un don y una conquista. Se recibe pero también se consolida con voluntad y disciplina. Así lo experimenta todo aquel que decide asumir su propio proceso de recuperación, en alguna de las Fazendas, a partir de tres grandes pilares: trabajo, convivencia y espiritualidad. Trabajo, como proceso pedagógico y fuente de autoestima que ayuda a re-establecer la fuerza, la creatividad y la expectativa de una nueva vida. Convivencia para superar las secuelas de la violencia, el egoísmo y el desamor que se experimentó en la calle. Y espiritualidad para fortalecerse interiormente y poner en práctica el Evangelio, como máxima de vida que orienta y ofrece renovados sentidos existenciales.

Antes de asumir este proceso con el apoyo de la Familia Esperanza, el candidato debe manifestar por escrito sus motivaciones y el compromiso de asumir las reglas de la comunidad que lo acogerá. De igual forma, la solicitud de admisión debe remitirse a la Fazenda que se encuentre más próxima a la residencia, para facilitar la visita de los parientes a partir del tercer mes.

Los resultados son elocuentes (ver testimonios abajo), “la esperanza no defrauda” y ya se extiende a nuevas experiencias de acompañamiento a niños huérfanos, a portadores del virus VIH, y en hospitales, escuelas y numerosos Grupos de Esperanza Viva (GEV).

En 2015, cuando el cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, hizo entrega en Roma del Reconocimiento definitivo del carisma de la Familia Esperanza, también manifestó que este grupo de laicos y consagrados hoy ofrece dos grandes medicamentos a los dependientes químicos: “el primero es el ambiente familiar que el mundo no ofrece; el segundo es la esperanza, pues los jóvenes comprenden que la droga no tiene la última palabra en sus vidas. Ustedes no ofrecen medicamentos para que ellos se desentoxiquen, pero presentan un mensaje de esperanza y muestran que Cristo es más fuerte que la debilidad de ellos”.

“Le pedí perdón a mi mamá”

Los padres de Leonardo Henriques, de São Paulo, se separaron cuando tenía 10 años de edad. Desde entonces se interesó por la vida de la calle, a los 13 comenzó a usar drogas y a los 15 ya cometía algunos hurtos para alimentar el vicio. Ahora, a punto de cumplir 20 años, reconoce que el proceso de recuperación en la Fazenda le ha permitido reconstruir su vínculo con su madre: “en una visita, le pedí perdón a mi mamá por todo lo que la había hecho pasar, y ella también me pidió perdón por todo lo que había sucedido en el pasado. Ese día pude sentir el amor misericordioso de Dios. Hoy tenemos una nueva relación y estamos descubriendo la transformación de la viviencia del Evangelio en nuestra vida”.

“Aprendí a vivir nuevamente”

Jussara Chaves, de Juiz de Fora, consumió drogas durante 15 de sus 32 años de vida: “desde que inicié mi tratamiento entendí que debía empeñarme mucho para recuperarme. Ya pasaron diez meses desde que llegué y, así como he recibido ayuda, procuro colocarme a disposición de las chicas que llegan. Una colega pensaba desistir del tratamiento y fui a conversar con ella, pude animarla y ella continuó firme. Aquí en la Fazenda aprendí a vivir nuevamente, a reconocer mis errores y a amar al prójimo. Ahora mis hijos tienen la esperanza de tener la madre que siempre soñaron. Cuando salga quiero comenzar de cero. No tengo nada, pero sé que Dios está preparando algo para mí”.

@OscarElizaldeP

Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 135
Fotos: http://www.fazenda.org.br/galerias/