viernes, 27 de septiembre de 2013

La paradoja Mujica


Pepe Mujica: un ateo como Dios manda



Cuando el papa Francisco dio comienzo oficial a su ministerio como obispo de Roma, el 19 de marzo de 2013, alrededor de 250.000 personas se congregaron en la plaza de San Pedro. 132 países estuvieron representados en aquella memorable misa, incluyendo más de una treintena de jefes de Estado. Allí no estaba el presidente de la República Oriental de Uruguay, José “Pepe” Mujica, quien después explicó sus motivos: "no quisimos venir porque entendíamos que era una fiesta de la cristiandad católica y nosotros no somos creyentes, no somos practicantes. Nos pareció que era mucho mejor que viniera el señor vicepresidente, que es católico".

Sin embargo, unos meses después, Pepe Mujica, el presidente que “viene del sur”, visitó a Jorge Mario Bergoglio, el papa que “vino del fin del mundo”. De ese encuentro, Mujica comentó que “hablar con el Papa argentino es como hacerlo con un amigo del barrio”, y sorprendió al reconocer “la importancia que para América representa la tradición cristiana y fundamentalmente la cristiana católica”. Más aún, precisó que “a lo largo de muchos años, hemos encontrado sacerdotes en América Latina que han dedicado su vida a la lucha por la igualdad, la equidad, en un constante esfuerzo por mitigar el efecto de la diferencia social”.

Sin lugar a dudas, en este punto, en lo social, Francisco y Mujica son amigos de barrio, de los que comparten un mate (tradicional infusión de yerba mate, propia del Cono Sur) sin importar que la yerba sea argentina y que el recipiente en el que se sirve (también llamado mate) sea uruguayo. Por otra parte, llama la atención que en sus palabras y sobre todo en sus acciones, ambos coinciden en ciertos hechos comunes: austeridad, coherencia, capacidad de renuncia a los privilegios que les otorga su “dignidad”, opción por los más pobres, crítica al modelo de la civilización actual y, particularmente, al sistema económico.


Bajo el imperativo sagrado de la vida, Mujica ha denunciado en más de una oportunidad que vivir mejor no es tener más; que hemos creado una civilización hija del mercado y de la competencia; que pareciera que hemos nacido solo para consumir y consumir; que los viejos dioses inmateriales han sido sacrificados para dar paso al dios mercado; que el verdadero desarrollo humano está a favor y no en contra de la felicidad humana; que la gran crisis no es ecológica sino política, porque el hombre no gobierna las fuerzas que ha desatado; que la vigilancia electrónica no hace otra cosa que generar desconfianza; que la democracia del planeta está herida…

Sus denuncias no son abstractas ni etéreas. “¿Qué le pasaría a este planeta si los indios tuvieran la misma proporción de autos que tienen los alemanes, cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar?”, preguntó en la cumbre de Río+20. “Si la humanidad total aspira a vivir como un norteamericano medio, serían necesarios tres planetas”, acaba de sentenciar ante la ONU.


Pero Pepe Mujica no sólo denuncia las idolatrías del dios dinero, del dios mercado y del dios consumo. También anuncia que para vivir hay que tener libertad y para tener libertad hay que tener tiempo; que la única adición recomendable es la del amor; que nada se compara frente al valor de compartir la vida con los amigos y con la familia; que cuando se lucha por el medio ambiente, el primer elemento del medio ambiente se llama la felicidad humana; que es necesario formular y poner en marcha políticas colectivas a favor del ser humano; que el hombre debe gobernarse a sí mismo…

Como si fuera poco Mujica está decididamente comprometido con la construcción de la paz, y más concretamente, con la paz de Colombia. Ha dicho que “en América Latina, en este momento, no existe cosa más sagrada que respaldar el proceso de Colombia para que pueda encontrar el camino de la paz (…). Nada tiene tanto valor como la paz, la paz es porvenir”. Él, que ha estado sentado en los dos extremos de la mesa –antes como guerrillero y ahora como mandatario–, sabe que la guerra es un sinsentido.

En una sociedad acostumbrada a los puritanismos y fascinada por los extremos de toda índole (derechas e izquierdas, buenos y malos, creyentes y no-creyentes), es más fácil señalar y juzgar al adversario, que dialogar y construir con él. Antes que presidente, Mujica es un hombre libre y sabio, convencido de que el valor sagrado de la vida, está por encima de cualquier diferencia ideológica y religiosa. Tanto así, que ningún “costo político” se equipara al sueño de la paz de un país, aunque no sea el propio.

Paradójicamente, Mujica reúne las características emblemáticas de un profeta bíblico: denuncia, anuncia y se compromete. ¿Puede ser profeta un ateo? Aunque no sea creyente ni practicante, creer en la vida y en la felicidad humana es motivo suficiente para considerar que Pepe Mujica es un ateo como Dios manda.

Fotos: www.rnw.nl; www.sudamericahoy.com; www.primiciadiario.com; www.vocesdelperiodista.mx
Publicado en: Blog "Confesiones" de El Tiempo http://www.eltiempo.com/blogs/confesiones/2013/09/pepe-mujica-un-ateo-como-dios.php


jueves, 12 de septiembre de 2013

La nueva Iglesia según Francisco

¿Conspirar o renovar?



Tres reconocidos especialistas y un inquieto auditorio de casi 200 personas –laicos y laicas la mayoría– dieron vida al conversatorio “La nueva Iglesia según Francisco”, convocado por la revista Vida Nueva en el Centro de Convenciones de Compensar, donde se celebraba Expocatólica 2013. En otros tiempos, los tres versados “conversadores” –una doctora en teología, un ex embajador de Colombia ante la Santa Sede y un obispo emérito– pudieron haber sido considerados “conspiradores”, incluso antes de ser escuchados, por la osadía de reflexionar en voz alta sobre un asunto tan espinoso como lo es la renovación de la Iglesia.

¿Jorge Bergoglio está renovando a la Iglesia católica?, ¿cuál es la eclesiología (o doctrina sobre la Iglesia) del Papa argentino?, ¿qué alcance tienen los “nuevos aires” que Francisco está ventilando ante el aparato eclesiástico? Estas y otras interpelaciones fueron abordadas, inevitablemente, durante el conversatorio.

Sobre la mesa del diálogo fueron presentadas las evidencias del camino de renovación que Francisco está impulsando al interior de la Iglesia: ausencia de arreos pontificales, encíclica de gestos, rechazo de estilos “principescos”, salir a las periferias, “oler a oveja”, recorrer las calles de Río en un modesto automóvil de clase media –un Fiat Idea–… en últimas, un sinnúmero de clamores que recuerdan que no es posible evadir –ni postergar– la opción de la Iglesia por los más pobres.



La revolución de la misericordia y de la ternura que ha caracterizado a Francisco en sus primeros meses del pontificado, es un lenguaje que sorprende a todos, o mejor, casi a todos. Quienes conocieron a Bergoglio como cura, obispo y cardenal, saben que no ha cambiado mucho desde los tiempos en que lavaba los pies de los jóvenes enfermos o reclusos de Buenos Aires, cada Jueves Santo, poniendo en práctica las Bienaventuranzas y las enseñanzas sobre el Juicio Final del evangelio de Mateo: “Tuve hambre, y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber; era forastero, y me acogiste; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y acudiste a mí” (Mt 25, 35-36).

Lo que sucede con el Papa que vino del fin del mundo, es que sus gestos y sus palabras locales, ahora han adquirido dimensiones globales, desde la plaza de San Pedro, hasta las playas de Copacabana en Río de Janeiro; y desde la isla de Lampedusa –al sur de Italia–, hasta la controvertida Siria. Con todo, él ha querido ser, sencillamente, el obispo de Roma que celebra misa diaria y comparte la vida con los huéspedes de la Casa de Santa Marta.

Pero también se sabe que algunos, a estas alturas del pontificado de Francisco, están más preocupados que deslumbrados. Hasta cierto punto es previsible que aquellos que se encuentran anquilosados por las estructuras medievales y por las formas eclesiales de antaño, o que se hallan inmersos en los “carrerismos” jerárquicos que ya ha denunciado el Papa, hoy se sientan amenazados ante la inminencia de una nueva Iglesia que está surgiendo al compás de los signos, de las palabras y del testimonio de Bergoglio.

Todo movimiento renovador podrá ser tachado de conspirador. No es un asunto novedoso. Y sin embargo, las etiquetas (¿estigmas?) hacen mucho daño en la Iglesia –y en cualquier institución–, particularmente erosiona los ímpetus de quienes se atreven a pensar con la libertad de los hijos de Dios y sin resentimientos, que otra Iglesia, más cercana y acogedora, sí es posible, y que además es necesaria.

Francisco sabe que su misión más urgente, como la del “pobrecillo de Asís”, no es otra que responder al llamado de Jesús: “Ve, Francisco, y repara mi casa”. Su labor consiste, como lo dijo a los jóvenes en Río, en “ponerse  al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se refleje cada vez más el rostro de Cristo”. Y es justamente por este motivo que está metiendo en líos a más de uno. Porque no se puede ostentar el título de cristiano si no se es coherente con el estilo de vida de Jesús, el judío marginal, como diría John Meier.



Los discursos eclesiológicos que pronunció al CELAM y a los obispos brasileros durante su primer viaje apostólico a Brasil –muy recomendados, por cierto–, dejan entrever que con Francisco los “tibios” tienen sus días contados. La Iglesia del siglo XXI precisa de un nuevo vigor apostólico y de un fuerte viraje en la manera de abordar su misión, despojada de tanta parafernalia, y tomando en serio el protagonismo de los laicos en todos los aspectos de la vida de la Iglesia. Es un asunto de urgente conversión porque, como lo dijo el mismo Papa, “estamos un poquito retrasados en lo que a conversión pastoral se refiere”.

Por eso, no es gratuito que ya esté caminando la reforma de la Curia Romana, con “el grupo de los ocho cardenales” que coordina el hondureño Rodríguez Maradiaga, y con una metodología participativa y colegialiada que –esperamos– pueda ayudar a que la Iglesia crezca en credibilidad y disminuya en burocracia. Esta comisión se reunirá con el Papa a finales de este mes, y seguramente tendrán dos o tres encuentros más antes de que la Iglesia asista a una nueva estructura curial en la Santa Sede, según ha dicho Francisco. Por la relevancia de los cambios que vendrán, es necesario que se hagan sin prisa pero sin pausa. Habrá que esperar algunos meses antes de vislumbrar su real alcance.

Con Francisco la Iglesia abre sus ventanas a la renovación y a la esperanza, como ocurrió hace 50 años con el Concilio Vaticano II. No obstante también es cierto que la actual coyuntura, tan compleja como fascinante, está colmada de escepticismos y hasta de eclecticismos.

Alguna vez un mandatario latinoamericano dijo que “la esperanza finalmente venció al miedo”. Aunque la resistencia al cambio es inevitable, la esperanza de los pobres y de los marginados es mayor. En esta hora de cambios, Francisco tiene a su favor que es un hombre libre, que sus anuncios –y denuncios– están respaldados con el testimonio de toda una vida, pero además, y tal vez esto sea lo más importante, está convencido de que la persona humana está por encima de cualquier edificación y/o estructura.

La barca, que simboliza a la Iglesia, se va a seguir moviendo con Francisco. ¡Afortunadamente!  Pero ¡cuidado!, la revitalización de la Iglesia, como las grandes revoluciones, pasa por las personas más que por las normativas. Es decir, todos los católicos se encuentran “embarcados” en ese esfuerzo.

En sus iniciativas Francisco no está solo, como se constató en Río y en la jornada de ayuno y de oración por la paz de Siria, hace unos días, la cual también fue respaldada por cristianos de otras confesiones, judíos, musulmanes e incluso personas no creyentes y agnósticas.

A propósito de la oración, cada vez más se comprende por qué el Papa pide, reiterativamente, que oren por él. ¿Acaso todo proceso de renovación profunda no requiere de enormes caudales de espiritualidad? Los jesuitas como Bergoglio, maestros en el arte de discernir, saben que en un momento como el actual la Iglesia necesita distinguir cuáles son las mociones del buen el espíritu y cuáles las del mal espíritu. No es un asunto de dicotomías. La cuestión es, más bien, reconocer que renovar no es conspirar.


Fotos: EFE, VNC, CELAM, JMJ 2013.
Publicado en: Blog "Confesiones" de El Tiempo  http://www.eltiempo.com/blogs/confesiones/2013/09/el-papa-del-renault-4-la-nueva.php