miércoles, 10 de agosto de 2016

Olimpiadas y periferias

LOS “OTROS” JUEGOS OLÍMPICOS


“Una cosa será Río durante los Juegos, una ciudad bonita y con mucho brillo, pero otra cosa es la realidad que uno vive todos los días”, comenta abiertamente Camila Farias, una profesora de 26 años, mientras desciende de la furgoneta blanca que la transporta a la parte alta de la favela de Vidigal, donde siempre ha vivido. “Sinceramente no sé si las olimpiadas van a generar algún beneficio para nuestra comunidad”, agrega la joven educadora, quién también es catequista de confirmación en su parroquia y se muestra favorable a la “cultura del encuentro” que viene promoviendo la arquidiócesis de Río de Janeiro –en comunión con el papa Francisco– con motivo de los primeros Juegos Olímpicos y Paralímpicos que acontecen en un país suramericano.

La favela de Vidigal se ubica en la zona sur de Río de Janeiro, encallada –paradójicamente– entre Leblon y São Conrado, dos de los barrios más exclusivos de la ciudad. Sus habitantes anualmente conmemoran la visita que recibieron del papa san Juan Pablo II, el 2 de julio de 1980, marcando el final de las tentativas de remoción de aquella época, la conquista urbana del asentamiento y el apogeo de una cultura propia que les ha permitido sobrevivir, organizarse y pacificarse autónomamente, consolidándose, incluso, como un inusitado destino turístico de bajo costo.

Antes de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de 2013, cuando Francisco visitó la favela de Varguinha, en la zona norte, Armando de Almeida Lima, uno de los líderes de Vidigal, a sus 71 años recordaba que con la visita del papa polaco “los habitantes sintieron que no eran tan invisibles, la imagen de las favelas comenzó a cambiar, y en breve, la gente fue descubriendo que existen personas de bien en las favelas”.

‘Remoción blanca’

En Río, la comunidad de Vidigal es “campeona olímpica” de resistencia ante las permanentes tentativas de ‘remoción blanca’, como son llamados los procesos de desalojo y valorización que busca expulsar a sus habitantes originales para dar lugar a lujosos proyectos inmobiliarios. De hecho, ad portas de los Juegos Olímpicos, Evânio Pereira de Paula, quien lidera algunos proyectos sociales, deportivos y culturales en la favela (ver recuadro), sostiene que, “además de las presiones del poder financiero e inmobiliario, el aumento del costo de vida por fuera de la realidad del ciudadano común, están generando nuevas formas de remoción: ahora, el valor de un litro de leche prácticamente se ha duplicado, y por un kilo de fríjol se paga casi el triple”.

Deporte y cultura para todos

Con la mirada puesta en la comunidad de Vidigal, la Asociación Deportiva y Cultural Horizonte desarrolla su labor social gratuitamente a favor de la niñez, la juventud y la tercera edad de la favela, ofreciendo clases de gimnasia, rumba, capoeira, danza de salón… y promoviendo eventos culturales para conservar las tradiciones brasileñas. Durante las Olimpiadas será inaugurada una clase de yoga para niños, aunque esta no sea, propiamente, una modalidad olímpica.

Ciertamente, en torno a grandes espectáculos deportivos de carácter temporal –como la Copa do Mundo y los Juegos Olímpicos– la capital del estado fluminense, bajo la alcaldía de Eduardo Paes, ha “batido récord” en remociones de comunidades pobres, que de acuerdo con el municipio, entre 2009 y 2015 llegó a 22.059 familias.

Así, miles de personas que antes habitaban en áreas centrales, fueron desplazadas a la periferia, desconectadas de la ciudad y carentes de infraestructura, so pretexto de las obras que serían necesarias para responder a los requerimientos de los certámenes internacionales, pero también para beneficiar a la misma población. No obstante, “la transformación de estos eventos en grandes plataformas de negocios aparecen de forma clara”, como ha explicado Raquel Rolnik, profesora de la Universidad de São Paulo y relatora de las Naciones Unidas para el derecho a una vivienda adecuada entre 2008 y 2014, denunciando que “hasta hoy no se sabe exactamente quién fue el autor de los proyectos de intervención urbanística para la recepción de la Copa y de las Olimpiadas en Río de Janeiro; teníamos aún menos información sobre los posibles afectados”.

En este mismo sentido, las investigaciones de Lucas Faulhaber y Lena Azevedo sobre las Remociones en el Río de Janeiro olímpico (2015), revelaron que el ascenso de los pobres hacia la periferia, como “proceso de segregación y diferenciación social y/o geográfica, tiene motivaciones económicas, políticas y culturales (…), en detrimento de sus derechos ciudadanos. En este proceso, aquellos que pierden sus casas por la valorización del territorio son marginados frente a la reorganización de la ocupación y la apropiación del espacio urbano”.

Frente a este panorama de exclusión olímpica, Evânio recuerda que cuando apenas tenía 3 años acompañó a sus padres en una histórica “batucada” de cacerolas y banderines en Vidigal, que evitó el desplazamiento de la comunidad en el año de 1978, animados y sostenidos por el legado de monseñor Hélder Câmara, el fundador de la pastoral de las favelas y el creador de la Cruzada São Sebastián –siendo obispo auxiliar de Río de Janeiro– que reivindicó la dignidad y los derechos de los favelados. Por su parte, el actual arzobispo de la ciudad, el cardenal Orani João Tempesta, ha destacado el propósito de la arquidiócesis de continuar acompañando de cerca a los más vulnerables, albergando la esperanza de que “dentro de poco su situación se vaya resolviendo, de modo que las personas que han tenido dificultades reciban también una solución”.

Espíritu olímpico

A favor del espíritu fraterno, solidario y pacífico de las olimpiadas, que supone la multicultural convivencia de los 10.500 atletas provenientes de 206 países que compartirán la villa olímpica, entre los que se encuentra, por primera vez, un Equipo Olímpico de Refugiados compuesto por diez atletas, la Iglesia local ha desarrollado diversas iniciativas en torno a la “cultura del encuentro”, que incluye la acogida de visitantes en las calles, en las inmediaciones de los escenarios deportivos que se extienden en los complejos olímpicos de Barra, Deodoro, Copacabana y Maracanã, y, por supuesto, en las parroquias, particularmente en aquellas donde se celebrará la eucaristía en otras lenguas, como se hizo durante la JMJ en 2013.

Así también, a la luz de la positiva experiencia adoptada para la recepción de peregrinos y voluntarios durante la JMJ, la arquidiócesis de Río de Janeiro ha liderado el proyecto “Mi lugar en Río”, una plataforma colaborativa que permite a los habitantes de la ciudad-sede de los Juegos, recibir voluntarios.

Al servicio de los atletas, los entrenadores y las delegaciones de los países, el centro inter-religioso de la villa olímpica abrió sus puertas el 24 de julio, con espacios para que cristianos, judíos, budistas, hinduistas y musulmanes puedan practicar su fe, además de un ambiente de convivencia y otro de consejería, con el acompañamiento permanente de sus respectivos guías espirituales. “Cada atleta necesita tener con quién alegrarse en la hora de la victoria, pero también necesita el hombro de un amigo en el momento en que alguna cosa no salga bien”, afirma el coordinador de esta propuesta de capellanía inter-religiosa, el sacerdote católico Leandro Lenin Tavares, quien manifiesta una particular sensibilidad por los signos de fraternidad entre las religiones y la integralidad de los deportistas.

Pasando a otros campos de evangelización, la Conferencia de Religiosos/as de Brasil, a través de la red Un grito por la vida, se ha mostrado particularmente preocupada por la concientización y la prevención del tráfico humano durante las olimpiadas y paralimpiadas –como ya lo ha hecho en otros mega-eventos– promoviendo la campaña “Juegue a favor de la vida, denuncie el tráfico de personas”, para enfrentar la explotación sexual. Del mismo modo, la pastoral del turismo de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB, por sus siglas en portugués) ha propuesto unas “Olimpiadas sin tráfico de personas: ¡este es nuestro sueño olímpico!”, incentivando la defensa de la vida y de la dignidad humana, con el propósito de “despertar el virus del bien en las redes sociales”, como refiere su responsable, a nivel nacional, el padre Manuel Filho: “esperamos que las personas que tengan acceso a la campaña, al menos una vez, reflexionen un poco y salgan de la lógica del mercado para pensar, efectivamente, en juegos saludables en todos los aspectos”.

Violencia e inseguridad

Más allá de las olimpiadas, una de las mayores apuestas de la Iglesia de Río de Janeiro tiene que ver con la consolidación de una cultura de paz, que incluye una tregua de 100 días (ver recuadro), en un contexto marcado por el incremento de la violencia y de la inseguridad. Según el Instituto de Seguridad Pública del estado, el primer cuatrimestre de este año los homicidios en la ciudad crecieron 15,41%, y los robos aumentaron 20,94%, con relación al mismo período del año anterior. En promedio, se cometen 21 robos por hora y 14 asesinatos diarios. A este cuadro sombrío, se añade la crisis de la policía civil, que a inicios de julio elevó voces de protestas frente a las difíciles condiciones de trabajo y a los atrasos en el pago de salarios. Para Luis Eduardo Soares, especialista en seguridad pública, “la situación es caótica: el Estado no cumple sus obligaciones, la policía civil no tiene ni papel ni teléfono, y la luz está atrasada, no hay mantenimiento de vehículos. La policía militar también sufre severamente, y las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) ya enfrentaban una crisis aguda”.

Tregua olímpica

Inspirada por la tradición de la “tregua olímpica” en los juegos que se celebraban en la antigua Grecia, la pastoral del deporte de la arquidiócesis de Río promueve la campaña 100 días de paz, lanzada el 23 de junio, día internacional olímpico, con el propósito de integrar los valores cristianos y deportivos, a favor de la evangelización y de la cultura de la paz.

Sin embargo, después del fatal atentado de Niza, el 14 de julio, la tensión del terrorismo se disparó, a pesar de las declaraciones del presidente interino Michel Temer, quien al día siguiente aseguró en GloboNews que “Brasil está preparadísimo para enfrentar el terrorismo”. Evidentemente, revisados los esquemas de seguridad, se anunciaron nuevas medidas que serán llevadas a cabo por un contingente de más de 70.000 profesionales –que prácticamente podría colmar el Maracanã– encargados de velar por la seguridad de la ciudad por aire, tierra y mar. 80 aeronaves de la fuerza aérea, 38.000 militares de las fuerzas armadas, y prácticamente 1.000 agentes de inteligencia de 70 países, se encargan directamente de frenar la amenaza de terrorismo, aunque el teniente-coronel Adriano Klafke ha planteado que “la mejor estrategia es estar preparado para lo peor, esperando que ocurra lo mejor”.

Escenario deportivo en Copacabana
Con todo, en términos generales Faustino Teixeira, teólogo de la Universidad Federal de Juiz de Fora, considera que “las olimpiadas acontecen en un momento muy difícil para la mayoría de los brasileños, con desgaste político y social, corrupción y desencanto, que contrasta con las expectativas por un gran espectáculo mundial”. El jesuita Jaldemir Vitório, asesor teológico de la comisión pastoral de derechos humanos de la arquidiócesis de Belo Horizonte, coincide con Teixeira: “estos Juegos están atrayendo las miradas del mundo hacia Brasil, pero no están atrayendo la mirada de los brasileños hacia los Juegos, cuando estamos viviendo un momento muy delicado, marcado por el desempleo y la corrupción que alcanza dimensiones inusitadas, incluso en el mundo del deporte”.

El titular de la Folha de S. Paulo del 19 de julio es particularmente revelador: “la mitad de los brasileños se oponen a los Juegos en Río”. La pesquisa de Datafolha demostró que “para el 63%, la Olimpiada, cuyo presupuesto sobrepasa los 39 billones de reales (10,7 billones de euros), traerá más perjuicio que beneficio a los brasileños”. Es lo mismo que afirma Moacir José de Souza, resumiendo el sentir de los transeúntes que se aproximan al kiosco de revistas donde trabaja, en Copacabana: “la gente no está muy conectada con los Juegos, porque hubo muchas cosas erradas y no está trayendo ventajas, así sucedió también con los Panamericanos”.

Para el teólogo laico Cesar Augusto Kuzma, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Río y presidente de la Sociedad de Teología y Ciencias de la Religión, “aunque la naturaleza de los Juegos en sí es buena, porque favorece el intercambio cultural y la paz, el precio que se paga es muy caro: el precio de la vivienda subió el triple o más, tenemos comunidades desplazadas, graves carencias en salud y educación, con poca asistencia para los niños y los ancianos”

¿Para quién son las olimpiadas?, se pregunta Carlos Eduardo Cardozo, director de la escuela Stella Maris, en Vidigal, y asesor de la comisión educativa de la arquidiócesis. “Da la impresión de que no es para el pueblo ni para quien habita en las favelas, y mientras tanto tenemos más 40 escuelas públicas en paro y en otras tuvimos que trasladar el receso escolar de julio para agosto”.

¿Y el legado?

De regreso a Vidigal, a pocos metros de la UPP, que por estos días ha pasado de 20 a 300 efectivos, se divisa el único escenario deportivo disponible para una población de 35.000 habitantes: la Villa Olímpica Vidigal. Allí se encuentra, con sus tres pequeños hijos, Wanderley Gomes, de 49 años, un ‘formador de opinión’ –como él mismo se denomina– de la radio comunitaria Estilo Livre FM. “Me hubiera gustado que en esta comunidad se hubiera realizado algún proyecto vinculado al Comité Olímpico Internacional –lamenta el comunicador– al menos algún proyecto deportivo orientado a los niños y a los jóvenes, que son el futuro de esta comunidad. Lo único que tenemos es esta villa, que no es olímpica pues apenas tiene un campo de fútbol y una cancha múltiple”.

Aunque el Complejo Olímpico de Copacabana se extenderá hasta los pies de la favela de Vidigal para dar lugar a la competencia de ciclismo de ruta, faltando dos semanas para el inicio de las olimpiadas, la comunidad aún no había sido informada sobre las consecuencias que ello representaría en sus labores cotidianas. Algo sí parecía seguro, dijo Wanderley: “no tendremos ningún impacto positivo, en cambio, tendremos muchos inconvenientes de movilización, pues la avenida Niemeyer, que ha sido adecuada para los Juegos, es nuestra única vía de acceso, va a estar cerrada, y nosotros tendremos que ir a otro barrio a pie para tomar transporte e ir a trabajar”. En la práctica, serán entre 40 minutos y una hora y media en menoscabo de la calidad de vida de la población.

Después de los Juegos habrán nuevas vías, es cierto, nuevos espacios deportivos, y se espera que también surjan nuevas obras educativas, y que los proyectos sociales como “Río se Mueve”, liderado por la arquidiócesis de Río, permanezcan. Sin embargo, se cerrarán muchos puestos de trabajo temporales que se generaron en torno a los Juegos, y, el balance socio-ambiental no es muy halagador, como plantea el ecoteólogo Afonso Murad: “el proceso de descontaminación de la bahía de Guanabara y del sistema de las lagunas de Barra y de Jacarepaguá no se realizó, como había sido prometido, continúan en una situación deplorable, con cantidad enorme de residuos orgánicos y basura que incluso pone en riesgo la salud de las personas”

Con realismo, Wanderley pondera que “los grandes eventos no han traído ningún beneficio tangible a las comunidades más pobres, como Vidigal, que –a propósito del ciclismo de ruta– está acostumbrada a luchar con sus propias piernas”.

@OscarElizaldeP


*Versión ampliada del reportaje publicado en la revista Vida Nueva No. 2999.