jueves, 12 de septiembre de 2013

La nueva Iglesia según Francisco

¿Conspirar o renovar?



Tres reconocidos especialistas y un inquieto auditorio de casi 200 personas –laicos y laicas la mayoría– dieron vida al conversatorio “La nueva Iglesia según Francisco”, convocado por la revista Vida Nueva en el Centro de Convenciones de Compensar, donde se celebraba Expocatólica 2013. En otros tiempos, los tres versados “conversadores” –una doctora en teología, un ex embajador de Colombia ante la Santa Sede y un obispo emérito– pudieron haber sido considerados “conspiradores”, incluso antes de ser escuchados, por la osadía de reflexionar en voz alta sobre un asunto tan espinoso como lo es la renovación de la Iglesia.

¿Jorge Bergoglio está renovando a la Iglesia católica?, ¿cuál es la eclesiología (o doctrina sobre la Iglesia) del Papa argentino?, ¿qué alcance tienen los “nuevos aires” que Francisco está ventilando ante el aparato eclesiástico? Estas y otras interpelaciones fueron abordadas, inevitablemente, durante el conversatorio.

Sobre la mesa del diálogo fueron presentadas las evidencias del camino de renovación que Francisco está impulsando al interior de la Iglesia: ausencia de arreos pontificales, encíclica de gestos, rechazo de estilos “principescos”, salir a las periferias, “oler a oveja”, recorrer las calles de Río en un modesto automóvil de clase media –un Fiat Idea–… en últimas, un sinnúmero de clamores que recuerdan que no es posible evadir –ni postergar– la opción de la Iglesia por los más pobres.



La revolución de la misericordia y de la ternura que ha caracterizado a Francisco en sus primeros meses del pontificado, es un lenguaje que sorprende a todos, o mejor, casi a todos. Quienes conocieron a Bergoglio como cura, obispo y cardenal, saben que no ha cambiado mucho desde los tiempos en que lavaba los pies de los jóvenes enfermos o reclusos de Buenos Aires, cada Jueves Santo, poniendo en práctica las Bienaventuranzas y las enseñanzas sobre el Juicio Final del evangelio de Mateo: “Tuve hambre, y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber; era forastero, y me acogiste; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y me visitaste; en la cárcel, y acudiste a mí” (Mt 25, 35-36).

Lo que sucede con el Papa que vino del fin del mundo, es que sus gestos y sus palabras locales, ahora han adquirido dimensiones globales, desde la plaza de San Pedro, hasta las playas de Copacabana en Río de Janeiro; y desde la isla de Lampedusa –al sur de Italia–, hasta la controvertida Siria. Con todo, él ha querido ser, sencillamente, el obispo de Roma que celebra misa diaria y comparte la vida con los huéspedes de la Casa de Santa Marta.

Pero también se sabe que algunos, a estas alturas del pontificado de Francisco, están más preocupados que deslumbrados. Hasta cierto punto es previsible que aquellos que se encuentran anquilosados por las estructuras medievales y por las formas eclesiales de antaño, o que se hallan inmersos en los “carrerismos” jerárquicos que ya ha denunciado el Papa, hoy se sientan amenazados ante la inminencia de una nueva Iglesia que está surgiendo al compás de los signos, de las palabras y del testimonio de Bergoglio.

Todo movimiento renovador podrá ser tachado de conspirador. No es un asunto novedoso. Y sin embargo, las etiquetas (¿estigmas?) hacen mucho daño en la Iglesia –y en cualquier institución–, particularmente erosiona los ímpetus de quienes se atreven a pensar con la libertad de los hijos de Dios y sin resentimientos, que otra Iglesia, más cercana y acogedora, sí es posible, y que además es necesaria.

Francisco sabe que su misión más urgente, como la del “pobrecillo de Asís”, no es otra que responder al llamado de Jesús: “Ve, Francisco, y repara mi casa”. Su labor consiste, como lo dijo a los jóvenes en Río, en “ponerse  al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se refleje cada vez más el rostro de Cristo”. Y es justamente por este motivo que está metiendo en líos a más de uno. Porque no se puede ostentar el título de cristiano si no se es coherente con el estilo de vida de Jesús, el judío marginal, como diría John Meier.



Los discursos eclesiológicos que pronunció al CELAM y a los obispos brasileros durante su primer viaje apostólico a Brasil –muy recomendados, por cierto–, dejan entrever que con Francisco los “tibios” tienen sus días contados. La Iglesia del siglo XXI precisa de un nuevo vigor apostólico y de un fuerte viraje en la manera de abordar su misión, despojada de tanta parafernalia, y tomando en serio el protagonismo de los laicos en todos los aspectos de la vida de la Iglesia. Es un asunto de urgente conversión porque, como lo dijo el mismo Papa, “estamos un poquito retrasados en lo que a conversión pastoral se refiere”.

Por eso, no es gratuito que ya esté caminando la reforma de la Curia Romana, con “el grupo de los ocho cardenales” que coordina el hondureño Rodríguez Maradiaga, y con una metodología participativa y colegialiada que –esperamos– pueda ayudar a que la Iglesia crezca en credibilidad y disminuya en burocracia. Esta comisión se reunirá con el Papa a finales de este mes, y seguramente tendrán dos o tres encuentros más antes de que la Iglesia asista a una nueva estructura curial en la Santa Sede, según ha dicho Francisco. Por la relevancia de los cambios que vendrán, es necesario que se hagan sin prisa pero sin pausa. Habrá que esperar algunos meses antes de vislumbrar su real alcance.

Con Francisco la Iglesia abre sus ventanas a la renovación y a la esperanza, como ocurrió hace 50 años con el Concilio Vaticano II. No obstante también es cierto que la actual coyuntura, tan compleja como fascinante, está colmada de escepticismos y hasta de eclecticismos.

Alguna vez un mandatario latinoamericano dijo que “la esperanza finalmente venció al miedo”. Aunque la resistencia al cambio es inevitable, la esperanza de los pobres y de los marginados es mayor. En esta hora de cambios, Francisco tiene a su favor que es un hombre libre, que sus anuncios –y denuncios– están respaldados con el testimonio de toda una vida, pero además, y tal vez esto sea lo más importante, está convencido de que la persona humana está por encima de cualquier edificación y/o estructura.

La barca, que simboliza a la Iglesia, se va a seguir moviendo con Francisco. ¡Afortunadamente!  Pero ¡cuidado!, la revitalización de la Iglesia, como las grandes revoluciones, pasa por las personas más que por las normativas. Es decir, todos los católicos se encuentran “embarcados” en ese esfuerzo.

En sus iniciativas Francisco no está solo, como se constató en Río y en la jornada de ayuno y de oración por la paz de Siria, hace unos días, la cual también fue respaldada por cristianos de otras confesiones, judíos, musulmanes e incluso personas no creyentes y agnósticas.

A propósito de la oración, cada vez más se comprende por qué el Papa pide, reiterativamente, que oren por él. ¿Acaso todo proceso de renovación profunda no requiere de enormes caudales de espiritualidad? Los jesuitas como Bergoglio, maestros en el arte de discernir, saben que en un momento como el actual la Iglesia necesita distinguir cuáles son las mociones del buen el espíritu y cuáles las del mal espíritu. No es un asunto de dicotomías. La cuestión es, más bien, reconocer que renovar no es conspirar.


Fotos: EFE, VNC, CELAM, JMJ 2013.
Publicado en: Blog "Confesiones" de El Tiempo  http://www.eltiempo.com/blogs/confesiones/2013/09/el-papa-del-renault-4-la-nueva.php


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