¿Conspirar o renovar?
Tres
reconocidos especialistas y un inquieto auditorio de casi 200 personas –laicos
y laicas la mayoría– dieron vida al conversatorio “La nueva Iglesia según
Francisco”, convocado por la revista Vida
Nueva en el Centro de Convenciones de Compensar, donde se celebraba Expocatólica 2013. En otros tiempos, los
tres versados “conversadores” –una doctora en teología, un ex embajador de
Colombia ante la Santa Sede y un obispo emérito– pudieron haber sido considerados
“conspiradores”, incluso antes de ser escuchados, por la osadía de reflexionar
en voz alta sobre un asunto tan espinoso como lo es la renovación de la
Iglesia.
¿Jorge
Bergoglio está renovando a la Iglesia católica?, ¿cuál es la eclesiología (o
doctrina sobre la Iglesia) del Papa argentino?, ¿qué alcance tienen los “nuevos
aires” que Francisco está ventilando ante el aparato eclesiástico? Estas y
otras interpelaciones fueron abordadas, inevitablemente, durante el
conversatorio.
Sobre
la mesa del diálogo fueron presentadas las evidencias del camino de renovación
que Francisco está impulsando al interior de la Iglesia: ausencia de arreos
pontificales, encíclica de gestos, rechazo de estilos “principescos”, salir a
las periferias, “oler a oveja”, recorrer las calles de Río en un modesto
automóvil de clase media –un Fiat Idea–… en últimas, un sinnúmero de clamores que
recuerdan que no es posible evadir –ni postergar– la opción de la Iglesia por
los más pobres.
La
revolución de la misericordia y de la ternura que ha caracterizado a Francisco
en sus primeros meses del pontificado, es un lenguaje que sorprende a todos, o mejor,
casi a todos. Quienes conocieron a Bergoglio como cura, obispo y cardenal,
saben que no ha cambiado mucho desde los tiempos en que lavaba los pies de los
jóvenes enfermos o reclusos de Buenos Aires, cada Jueves Santo, poniendo en
práctica las Bienaventuranzas y las enseñanzas sobre el Juicio Final del
evangelio de Mateo: “Tuve hambre, y me diste de comer, tuve sed y me diste de
beber; era forastero, y me acogiste; estaba desnudo, y me vestiste; enfermo, y
me visitaste; en la cárcel, y acudiste a mí” (Mt 25, 35-36).
Lo
que sucede con el Papa que vino del fin del mundo, es que sus gestos y sus
palabras locales, ahora han adquirido dimensiones globales, desde la plaza de
San Pedro, hasta las playas de Copacabana en Río de Janeiro; y desde la isla de
Lampedusa –al sur de Italia–, hasta la controvertida Siria. Con todo, él ha
querido ser, sencillamente, el obispo de Roma que celebra misa diaria y
comparte la vida con los huéspedes de la Casa de Santa Marta.
Pero
también se sabe que algunos, a estas alturas del pontificado de Francisco,
están más preocupados que deslumbrados. Hasta cierto punto es previsible que
aquellos que se encuentran anquilosados por las estructuras medievales y por
las formas eclesiales de antaño, o que se hallan inmersos en los “carrerismos”
jerárquicos que ya ha denunciado el Papa, hoy se sientan amenazados ante la
inminencia de una nueva Iglesia que está surgiendo al compás de los signos, de
las palabras y del testimonio de Bergoglio.
Todo
movimiento renovador podrá ser tachado de conspirador. No es un asunto
novedoso. Y sin embargo, las etiquetas (¿estigmas?) hacen mucho daño en la
Iglesia –y en cualquier institución–, particularmente erosiona los ímpetus de
quienes se atreven a pensar con la libertad de los hijos de Dios y sin
resentimientos, que otra Iglesia, más cercana y acogedora, sí es posible, y que
además es necesaria.
Francisco
sabe que su misión más urgente, como la del “pobrecillo de Asís”, no es otra
que responder al llamado de Jesús: “Ve, Francisco, y repara mi casa”. Su labor
consiste, como lo dijo a los jóvenes en Río, en “ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y
trabajando para que en ella se refleje cada vez más el rostro de Cristo”. Y es
justamente por este motivo que está metiendo en líos a más de uno. Porque no se
puede ostentar el título de cristiano si no se es coherente con el estilo de
vida de Jesús, el judío marginal, como diría John Meier.
Los
discursos eclesiológicos que pronunció al CELAM y a los obispos brasileros
durante su primer viaje apostólico a Brasil –muy recomendados, por cierto–, dejan
entrever que con Francisco los “tibios” tienen sus días contados. La Iglesia
del siglo XXI precisa de un nuevo vigor apostólico y de un fuerte viraje en la
manera de abordar su misión, despojada de tanta parafernalia, y tomando en
serio el protagonismo de los laicos en todos los aspectos de la vida de la
Iglesia. Es un asunto de urgente conversión porque, como lo dijo el mismo Papa,
“estamos un poquito retrasados en lo que a conversión pastoral se refiere”.
Por
eso, no es gratuito que ya esté caminando la reforma de la Curia Romana, con
“el grupo de los ocho cardenales” que coordina el hondureño Rodríguez Maradiaga,
y con una metodología participativa y colegialiada que –esperamos– pueda ayudar
a que la Iglesia crezca en credibilidad y disminuya en burocracia. Esta
comisión se reunirá con el Papa a finales de este mes, y seguramente tendrán
dos o tres encuentros más antes de que la Iglesia asista a una nueva estructura
curial en la Santa Sede, según ha dicho Francisco. Por la relevancia de los
cambios que vendrán, es necesario que se hagan sin prisa pero sin pausa. Habrá que
esperar algunos meses antes de vislumbrar su real alcance.
Con
Francisco la Iglesia abre sus ventanas a la renovación y a la esperanza, como
ocurrió hace 50 años con el Concilio Vaticano II. No obstante también es cierto
que la actual coyuntura, tan compleja como fascinante, está colmada de escepticismos
y hasta de eclecticismos.
Alguna
vez un mandatario latinoamericano dijo que “la esperanza finalmente venció al
miedo”. Aunque la resistencia al cambio es inevitable, la esperanza de los
pobres y de los marginados es mayor. En esta hora de cambios, Francisco tiene a
su favor que es un hombre libre, que sus anuncios –y denuncios– están
respaldados con el testimonio de toda una vida, pero además, y tal vez esto sea
lo más importante, está convencido de que la persona humana está por encima de
cualquier edificación y/o estructura.
La
barca, que simboliza a la Iglesia, se va a seguir moviendo con Francisco.
¡Afortunadamente! Pero ¡cuidado!, la
revitalización de la Iglesia, como las grandes revoluciones, pasa por las
personas más que por las normativas. Es decir, todos los católicos se encuentran
“embarcados” en ese esfuerzo.
En
sus iniciativas Francisco no está solo, como se constató en Río y en la jornada
de ayuno y de oración por la paz de Siria, hace unos días, la cual también fue
respaldada por cristianos de otras confesiones, judíos, musulmanes e incluso
personas no creyentes y agnósticas.
Fotos: EFE, VNC, CELAM, JMJ 2013.
Publicado en: Blog "Confesiones" de El Tiempo http://www.eltiempo.com/blogs/confesiones/2013/09/el-papa-del-renault-4-la-nueva.php
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