“Fazenda da Esperança” acoge dependientes químicos en 16 países
El 5 de mayo de 2007, una semana antes de inaugurar
la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (Brasil),
el Papa emérito Benedicto XVI visitó
la Fazenda da Esperança (Hacienda de
la Esperanza) en el municipio vecino de Guaratinguetá. “Ustedes deben ser los
embajadores de la esperanza”, afirmó el Papa ante un grupo de jóvenes en
proceso de rehabilitación del tormentoso mundo de las drogas, lo mismo que a
los miembros de la Familia Esperanza: voluntarios laicos y personas consagradas
que acompañan el proceso de rehabilitación de hombres y mujeres entre los 15 y
los 45 años de edad que libremente desean asumir un proceso pedagógico de doce
meses de duración.
Expresamente, Joseph
Ratzinger confirmó en su carisma a quienes han asumido la misión de “llevar
la esperanza, Jesucristo, al mayor número de jóvenes del mundo entero”,
particularmente a aquellos que desean liberarse de su dependencia tóxica
(drogas, alcohol…). A la fecha Fazenda da
Esperança beneficia a miles de adictos a través de más de 60 centros de
acogida que se extienden en 16 países: ocho en América Latina (Argentina,
Bolivia, Brasil, Colombia, Guatemala, México, Paraguay y Uruguay), cinco en
Europa (Alemania, Italia, Portugal, Rusia y Suiza), dos en África (Angola y
Mozambique) y uno en Asia (Filipinas).
En una esquina
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Esquina del barrio Pedregulho, en Guaratinguetá |
Todo comenzó en una esquina del barrio Pedregulho,
en Guaratinguetá, donde algunos jóvenes se reunían para traficar y consumir
drogas. Corría el año de 1983. Cuando regresaba a casa después de la Misa, el
joven Nelson Giovanelli dos Santos
se sintió interpelado por esta realidad. Motivado por las enseñanzas de su
párroco, fray Hans Stapel
–franciscano de origen alemán–, un día decide aproximarse “con el deseo de
vivir el Evangelio en medio de ellos” y movido por una frase bíblica de la
primera carta de san Pablo a los
Corintios: “me hice débil con los débiles para ganar a los débiles”.
Su primer acercamiento fue a través de un gesto
sencillo. Le pidió a uno de los chicos que le enseñara a hacer pulseras
artesanales. Progresivamente fue ganando la confianza del grupo, hasta que un
día Antônio Eleutério solicitó su
ayuda para abandonar el mundo de las drogas. De modo intuitivo, sin
conocimientos ni experiencias sobre procesos de recuperación para dependientes
químicos, Nelson comparte con Antônio su mayor tesoro, a modo de estrategia
para nacer a una nueva realidad: ¡vivir el Evangelio! Fue así como Antônio
comenzó a ser otra persona recobrando la confianza en sí mismo y re-encontrando
el sentido de su existencia.
Su itinerario de conversión, además, resultó
atrayente para sus antiguos colegas de vicio que deambulaban por las calles.
Siguiendo los pasos de Antônio, algunos comenzaron a percibir los efectos,
incluso terapéuticos, de asumir una experiencia de Evangelio en apertura a los
otros. Tiempo después deciden vivir juntos en una hacienda abandonada que –con
la mediación del párroco fray Hans– reciben en donación. Así surge la primera Fazenda, como espacio de rehabilitación
de dependencias químicas, donde se reproduce la experiencia de los primeros
cristianos que “todo lo tenían en común” y “vivían el Evangelio con alegría y
sencillez de corazón”.
El mismo fray Hans, quien siempre ha acompañado
espiritualmente la obra, recuerda que en los inicios “no teníamos médicos, ni
remedios, y no era fácil conseguirlos; sin embargo, era necesario salir al
encuentro de personas que no daban espera, así que comenzamos a actuar con el
único medio que teníamos a nuestra disposición: la espiritualidad de comunión”.
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Nelson Giovanelli y fray Hans Stapel, en los inicios |
La idea de ofrecer la vida o una parte de ella con
gratuidad, al servicio de personas tan vulnerables, oponiéndose a la “cultura
del descarte”, contagió a otros jóvenes de la parroquia y de otras
procedencias, de modo que en muy poco tiempo la Obra Social Nuestra Señora de
la Gloria –denominación oficial de la Fazenda
da Esperança– se extendió a otras latitudes. En 1989 Iraci Leite y Lucilene
Rosedo dieron inicio a la primera comunidad de recuperación femenina en
Guaratinguetá, consagrando su vida entera a esta labor, como ya lo había hecho
Nelson. Asimismo, desde 1992, la Familia Esperanza cuenta con la dedicación
exclusiva de fray Hans.
Lo que inicialmente fue una aventura de un joven
con el apoyo de su párroco, se tornó una auténtica travesía a favor de la vida
sana, plena, sin males y libre del flagelo de las drogas para todos aquellos
que buscan una oportunidad para re-encontrar el camino hacía la dignidad y la
realización humana, con la alegría del Evangelio y de la fraternidad.
Como un auténtico “santuario moderno” que acoge,
recupera y acompaña la esperanza de hombres y mujeres agotados por los
sin-sentidos, Fazenda da Esperança ha
recibido, progresivamente, el respaldo de la Iglesia además de un amplio
reconocimiento social. En su momento, el cardenal brasilero Aloísio Lorscheider –fallecido en 2007–
llegó a afirmar que “allí el Evangelio encontró morada, y con él la esperanza”.
Don y conquista
La esperanza es un don y una conquista. Se recibe
pero también se consolida con voluntad y disciplina. Así lo experimenta todo
aquel que decide asumir su propio proceso de recuperación, en alguna de las Fazendas, a partir de tres grandes
pilares: trabajo, convivencia y espiritualidad. Trabajo, como proceso
pedagógico y fuente de autoestima que ayuda a re-establecer la fuerza, la
creatividad y la expectativa de una nueva vida. Convivencia para superar las
secuelas de la violencia, el egoísmo y el desamor que se experimentó en la
calle. Y espiritualidad para fortalecerse interiormente y poner en práctica el
Evangelio, como máxima de vida que orienta y ofrece renovados sentidos
existenciales.
Antes de asumir este proceso con el apoyo de la
Familia Esperanza, el candidato debe manifestar por escrito sus motivaciones y
el compromiso de asumir las reglas de la comunidad que lo acogerá. De igual
forma, la solicitud de admisión debe remitirse a la Fazenda que se encuentre más próxima a la residencia, para
facilitar la visita de los parientes a partir del tercer mes.
Los resultados son elocuentes (ver testimonios abajo), “la
esperanza no defrauda” y ya se extiende a nuevas experiencias de acompañamiento
a niños huérfanos, a portadores del virus VIH, y en hospitales, escuelas y
numerosos Grupos de Esperanza Viva (GEV).
En 2015, cuando el cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos,
hizo entrega en Roma del Reconocimiento definitivo del carisma de la Familia
Esperanza, también manifestó que este grupo de laicos y consagrados hoy ofrece
dos grandes medicamentos a los dependientes químicos: “el primero es el
ambiente familiar que el mundo no ofrece; el segundo es la esperanza, pues los
jóvenes comprenden que la droga no tiene la última palabra en sus vidas.
Ustedes no ofrecen medicamentos para que ellos se desentoxiquen, pero presentan
un mensaje de esperanza y muestran que Cristo es más fuerte que la debilidad de
ellos”.
“Le pedí perdón a mi mamá”

“Aprendí a vivir nuevamente”

Publicado en: Vida Nueva Colombia No. 135
Fotos: http://www.fazenda.org.br/galerias/
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