miércoles, 24 de julio de 2013

Un peregrino en la JMJ (3)

EL REINO DE DIOS EN LA PLAYA
 

 
La playa de Copacabana, al sureste de Río, que en innumerables oportunidades ha sido punto de encuentro de celebraciones y celebridades, con espectáculos y postales que dicen mucho de la cidade maravilhosa, es por estos días uno de los lugares referenciales de la Jornada Mundial de Juventud (JMJ) –tal vez el segundo en importancia después de Campus Fidei, donde tendrá lugar la vigilia y la misa de clausura–. Allí se celebró ayer la eucaristía de apertura de la JMJ, y será el escenario en el que el Papa será acogido mañana. También allí acontecerá el Vía Crucis de la JMJ, el próximo viernes.

Con sinceridad puedo decir que la elección de Copacabana como escenario de la JMJ es ¡de todo mi gusto! Son más de 3 kilómetros que merecen la pena recorrerse a pie, en bicicleta, trotando, o en patines… como dicen aquí “fique à vontade” (siéntase cómodo).

El fin de semana anterior a la llegada del Papa, vi llegar familias enteras –algunas con una que otra “silla portátil” al hombro–, dispuestas a disfrutar de un día de playa, antes de que bajara la temperatura y llegaran los días de lluvia. Extrañados unos, animados otros, intercambiaban con los jóvenes de la JMJ que también arribaban con sus mochilas y banderas. ¡Qué interesante integración!, pensé.

Sin prejuicios y con fluidez, vi cómo la playa se fue tornando en un espacio común donde nadie es excluido: sin fronteras, sin razas, y todos “en la libertad de los hijos de Dios”. Es la magia que tiene la playa. Los jóvenes peregrinos, por su parte, saben cómo potenciar esta amigable cualidad. Les bastaba con reconocer “una bandera amiga” para entablar una conversación y al rato ya estaban tomándose fotos.



También Copacabana es pluralidad y diversidad. Hay quienes caminan, toman el sol, se bañan, leen, duermen, juegan voleibol o fútbol de playa, cantan, comen, toman cerveza o caipirinha, venden recuerdos, ofrecen masajes… Incluso también hay quienes “hacen arte” con arena –para deleite de los transeúntes–  y que en esta temporada han preparado una informal exposición de esculturas de arena con motivo de la JMJ.

La fraternidad y la pluralidad que abraza la playa de Copacabana me lleva a pensar que hasta podría ser una nueva parábola del Reino. “El Reino de Dios se parece a… una playa”. Allí, somos felices, el tiempo es relativo, el clima siempre es el mejor, no se sabe quién es rico ni quién es pobre –y menos en vestido de baño–, todos somos hermanos porque estamos en igualdad de derechos para disfrutar la inmensidad del mar y las toneladas de arena que lo contienen. La playa es todo un misterio, como lo fue para san Agustín cuando, según cuentan, un niño a la orilla del mar le explicó que intentaba meter el mar en un hoyo.

Una JMJ en la playa es un buen signo. Las pantallas, las luces y el sonido están listos para que Francisco llegue y complete la parábola. Amanecerá y lo veremos mañana.
 
 

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